En otro post observaba que ya son muchas las novelas que se inspiran en la obra de Philip Roth. Pocas lo declaran de entrada como esta de Gabi Martínez. Tenía mucho interés en leer algo de él, por su perfil viajero pero en lugar de proceder ordenadamente, me lancé de cabeza a este título, del que me llegaban noticias en Francia del entusiasmo que estaba despertando. Los franceses suelen admirar la elaboración estilística, el trabajo de lenguaje, así que supuse que esta novela iba por ahí.
Y no, la novedad resulta de otros elementos. Martínez narra la historia de un médico en Barcelona que sufre una extraña enfermedad que afecta a su salud mental pero él está convencido de que sufre la enfermedad que es objeto de su especialidad y de la que –si no recuerdo mal– no tienen casos para profundizar en la investigación, de carácter muy puntero. Es un hombre de orígenes modestos que buscaba, como los hombres de su generación, en la profesión de médico una forma de superar esos orígenes pero es también y ante todo un investigador de vocación. Está convencionalmente casado con una mujer que soñaba con un médico ambicioso, tiene dos -o tres- hijas y las relaciones con sus progenitores son complicadas. La enfermedad trastoca su destino y su esfuerzo va dirigido a demostrar que no se trata de trastorno bipolar.
Así contado, tramposamente resumido, no parece que los lectores vayan a lanzarse a leer el libro. La estrategia narrativa de Martínez es la de Philip Roth en sus grandes novelas: el autor profesional se hace portavoz de la historia de un personaje relativamente normal que debe hacer frente a una situación extraordinaria durante la cual se ve sometido a una injusticia de signo trágico. Tanto el autor como el médico protagonista se encomiendan a Roth, al que se cita profusamente. Sin embargo, lo que creo que consigue en Las defensas es una novela balzaciana en su panorámica y vívida representación de la sociedad barcelonesa: edades, profesiones, clases sociales, ambiciones, migraciones, conflictos…
De otro lado, hay dos líneas que son las que destinan esta novela al cajón de las obras de referencia de una época: es la historia de un acoso y de un hombre derrumbado por ese acoso. En tal sentido, está muy bien dosificado el tema al presentar al artífice de este ataque como un individuo encantador que finalmente desvela su capacidad y su poder para arruinar la vida de alguien que no se tiene más que a sí mismo. Enlaza con el perfil del personaje en cuestión su condición de «residuo» del viejo esquema franquista y son muy ilustrativas del modus operandi las páginas donde se relata cómo consiguió el cargo, su forma de controlar el cotarro al imponer a una mujer menos que mediocre pero de lealtad zorruna.
El otro asunto de gran relieve es, claro, el de la investigación clínica de una enfermedad que afecta al cerebro, que da pie a cierto debate –sin que nadie por aquí haya recogido el guante ni suscitado cualquier discusión entre los profesionales afectados– sobre la relevancia o futilidad del psicoanálisis y de la psicología –aunque el protagonista, como es ya un tópico en las últimas décadas, se inclina por esta tesis, la novela con su construcción de una «conciencia» –y otras de menor protagonismo- refuta la mayor; para ser del todo coherente, debería haber creado una narrativa y una polifonía de voces, es decir un texto capaz de esquivar con éxito los conceptos y símbolos del psicoanálisis. Algo prácticamente imposible en una novela que, en gran medida, trata del acoso y, con ello, de la castración psicológica, del pánico resultante que desata la enfermedad objeto del relato.
Las defensas es muy adictiva en su primer largo tramo, pero en el centro de la narración el relato semicostumbrista/naturalista de los usos profesionales y sociales de los personajes se hacen pesados, aunque no puedo decidir si la fidelidad al retrato de la sociedad de clase media barcelonesa que, por conocido, me ha sobrado. La narración acompaña al protagonista obviando aspectos que a los lectores pueden escamarnos, así la descripción de las mujeres. En la obra de Roth los personajes manifiestan, y es talento del escritor, una energía sexual que es el motor de sus actos. También Roth se mostraba escéptico frente a los análisis e interpretaciones de corte psicoanálitico a la vez que ofrecía filones para los interesados, sin construir nunca peleles o tipos. En Las defensas se refleja muy bien, demasiado bien, esa molesta condescendencia masculina hacia las mujeres, a las que se describe siempre en función, y exclusivamente en función, de su relación con el protagonista que, por otro lado, no logra interesarme.
Una novela con elementos que la hacen imprescindible en nuestro panorama pero que no acierta a crear el tipo de personaje –entiendo que hay bastante ficción y que los hechos documentados están en parte sometidos a las necesidades del relato y de las intrigas– que despierta y mantiene mi interés.