Cuando ciertos hombres hablan de abusos sexuales contra menores…

…y de relaciones, más o menos consentidas, entre adultos y menores.

Desde que la moda del feminismo ha saltado a la prensa, no dejo de preguntarme qué se debe sentir cuando uno –o una– se da cuenta de que perdió la ocasión de ir veinte años por delante de sus contemporáneos.

Leí el último ensayo de la psicóloga francesa especialista en superdotación y altas capacidades, Monique de Kermadec, La femme surdouée, un ensayo que creo debería traducirse al español, donde falta bibliografía sobre el tema. El planteamiento aquí se enfoca específicamente en la mujer, y naturalmente en definir qué rasgos pueden ser de naturaleza femenina, después de haber tratado previamente el tema que suele interesar más a los lectores, el de los niños superdotados, por los problemas que surgen durante el periodo escolar.

Kermadec, ella misma detectada como superdotada, ha preferido hacer una descripción sin profundizar mucho en los diferentes aspectos y problemas y fricciones que surgen entre la mujer –aquí, sobre todo joven y adulta– y la realidad. Este tipo de inteligencia no siempre es lógica y analítica por lo que también es fácil confundirla –si no se obtienen los logros sociales que se presupone ha de alcanzar en cada etapa de la vida– con escasa inteligencia. El rasgo más citado –sobre todo por los llamados «zèbres» en Francia– es la hipersensibilidad, a menudo combinada con la hipersensorialidad, lo cual convierte en una caja de resonancia especialmente aguda, que puede ser insoportable para el entorno.
Kermadec también ha aparcado el lado oscuro, el elemento perverso por decirlo llanamente, que pueden presentar ciertas personas con superdotación, altas capacidades o talentos –tres nociones diferentes– y parece que haya preferido ganarse a las lectoras detallando problemas recurrentes, como la sensación de ser diferente, de no encajar, la facilidad para saber algo sin acertar a explicar muy bien cómo se llega a ese saber –intuición fulgurante como rasgo que identifica a este perfil–. Sí se detiene en la relación entre anorexia, adicciones varias, depresión, autosabotaje, la necesidad de dotar de un objetivo a la propia vida, el rechazo de las jerarquías establecidas –dedicando epígrafes o capítulos enteros a cada aspecto– y las altas capacidades. Evidentemente, todo el valor que tiene su trabajo reside ahí, en el diagnóstico de aquello que escapa del promedio y las herramientas para resolver el conflicto. Es un libro que puede quedar como un título básico de referencia porque ha preferido mantenerse justamente en la base del asunto para describir prismas de las personalidades superdotadas/talentos/altas capacidades, dejando que la bibliografía actúe de invitación a profundizar en el tema.

El libro es interesante tanto por las ideas que Monique de Kermadec deriva de su práctica clínica como por las citas de especialistas, muy variados y actuales, es decir por su carácter no dogmático. Como creo que el siglo XXI es, a partir de la revolución de las nuevas tecnologías –y su funcionamiento arborescente–, el terreno más fértil para las altas inteligencias, al sistema educativo español le convendría centrarse en capacitar de una vez a profesores especialistas en estos perfiles, en lugar de mezclar a críos y adolescentes por su edad y juntarlos o separarlo según los apellidos sin prestar atención a esos rasgos psicológicos que a la corta o a la larga pueden provocar problemas de integración. Como los superdotados nacen en todas las clases sociales, si escurren el bulto y no cubren esta necesidad sencillamente se estará dejando que sea la capacidad económica de la familia o la buena suerte de la personas afectada la que determine el destino.

En España parece que se tiende cada vez más a la uniformización, a chafar las identidades que no respondan al cliché de moda, se ofrecen libros con ideas baratas clonadas del buen rollismo a lo Punset, así que este libro puede ser el principio de un antídoto para no caer en la completa indignidad mental.