Lo dice Guy Ritchie : A lo loco se vive mejor. «The Gentlemen»

The Gentlemen, o Los caballeros de la mafia, la última película de Guy Ritchie, quizá no resulte tan redonda como RocknRolla, pero me ha dejado buen sabor de boca, algo que no puedo decir de Dolor y gloria, de Almodóvar ni de Parásitos, del surcoreano que se ha llevado, entre sus propias carcajadas de incredulidad, todos los óscar significativos de este año. La de Almodóvar me resultó estomagante desde muy pronto y mediada la película ya andaba yo preguntándome si iba a hablar del escándalo de los papeles de Panamá [desde los hechos auténticos al tratamiento de los medios, ya que tanto se queja de ellos]. Me pareció hecha para la galería americana y la interpretación de Banderas me pareció una venganza sardónica que el destino le ha puesto en bandeja de oro. Era la historia de un hombre encerrado en un mausoleo construido con sus propios manos. Ver de nuevo a Penélope Cruz disfrazada de Anna Magnani es insoportable, con su escenita de mujer pobre pero despierta que negocia los talentos de su niño –rasgo de carácter que ya se le atribuía en Volver, en la escena de calle donde negocia con las vecinas, donde P. C. imitaba en el tono de voz a la Ángela Molina de una gran película española olvidada, La mitad del cielo, de Gutiérrez Aragón–; y la escenita de las lavanderas con Rosalía, y el niño cantando a lo Joselito, y la secretaria de cartón piedra. Creo que hay un solo momento que logró interesarme, en el monólogo que recita el actor heroinómano. Propongo que la próxima vez que un director de cine tome Otto e mezzo de Fellini como inspiración para  su película, pague un millón de euros que vaya directamente a alguna buena escuela de guionistas.

De Parásitos ni la comento, me pareció inverosímil dentro de las premisas que la propia película va planteando. Sinceramente, me da lo mismo si refleja la realidad de Corea del Sur, o es una alegoría; me da lo mismo que sea excelente en las  interpretaciones o en la fotografía, o la originalidad de varias situaciones, no tenía lógica el desarrollo porque los protagonistas son inconsistentes, los personajes interesantes –el lapidado que escribe en morse– no son los principales y creo que está muy sobrevalorada. [La explicación que daba Faverón hace poco sobre la formación superior de los jóvenes coreanos también me parece contradictoria con lo que se ve en la película, lo cual es el colmo].

The Gentlemen parece tener menos ambiciones que las dos anteriores en cuanto a marca de autor, en cambio contiene varios alicientes para mí: el personaje de Hugh Grant es un caramelo. En términos de carrera de actor, es una fantástica exhibición de cómo conseguir que la edad te favorezca; desde aquí se le abren caminos para interpretar personajes ya lejos del galán titubeante y cutie de Love Actually, Notting Hill, etc. Matthew McConaughey está sólido y convincente, y si bien es verdad le pesa un poco la huella trascendente de True Detective, también lo es que su personaje no tiene muchos momentos cómicos pero sí los provoca favoreciendo la acción.

Los secundarios tienen su breve momento de gloria que salvan con holgura, desde el lugarteniente que soporta el «rollo» de Grant, al judío candidato a comprarle el negocio al capo McConaughey, por no hablar de los japos. Y encima aparece Colin Farrell, que para mí es la garantía de salvación de casi cualquier película –aunque debo de ser la única persona a la que le gustó mucho El sueño de Casandra, de Woody Allen 😀 —

Sí, es una película de chicos peleones y quedones y de tontos en apariencia, de malos de cómic japonés, etc., pero refleja muy bien el mundo actual. El «chico» –M.M.– es un potentado en el negocio de la marihuana y, como avizora los cambios drásticos que ha de conllevar la legalización de la hierba, se plantea vender el negocio a un buen postor. Grant es una especie de detective de medios de comunicación tipo Sun o Daily Mail, es decir, de muy baja estofa. Y le está contando una historia al lugarteniente de M.M. sin ser, ni pretender serlo, un narrador creíble. Después de todo, él como los demás, incluidos los diarios a los que más o menos sirve, entiende que su propio valor económico está directamente vinculado al daño que puede causar, en extensión y en profundidad.

Es posible que el crítico de El Confidencial que acusaba al director de envejecer mal haya visto últimamente tantas obras maestras que Ritchie se le queda pequeño, aunque me parece ridículo echar en cara que no encaje en el género que esperaba o que los diferentes estilos de interpretación provoquen un desajuste de ritmos cuando de Parásitos se alaba cómo pasa de un género a otro. Me gusta la energía que desprende Los caballeros de la mafia y dónde se coloca respecto a la realidad, así como el característico rollo de tipos independientes, no capados, de sus personajes, todos ellos –el gracioso encontronazo con los pequeños delincuentes de los barrios de pisos subvencionados– peleando hasta el último segundo con todas sus armas para no dejarse la piel.

Ritchie no inventa la crítica demoledora a las clases altas en decadencia que se alían con los nuevos ricos –aquí, traficantes; en el pasado ya desde Balzac, con la nueva burguesía– para mantener su estatus pero le da una vuelta de tuerca muy lúcida.

De otro lado, la crítica demoledora a los traficantes de drogas duras me reconfortó porque yo no me corto en decir que les regalaría un pinchacito de lo suyo al detenerlos con la mercancía. Hubo un silencio en el cine cuando Mr. Pearson-McConaughey terminó su diatriba contra los que negocian con la heroína –y quise entender ahí una alusión a la crisis de los opiáceos–, una especie de aplauso retenido. Luego siguió la fiesta, persecuciones, trolas, sorpresas, risas, … ¿y qué decir de la burla que hace de los youtubers y de la manía de grabarlo todo?

Lo moral no quita lo valiente.

Firmo ya por envejecer como Ritchie y pido a Diostodopoderoso no hacerlo con la autoindulgencia melindrosa que se ve en la última de Almodóvar.

Resumen del argumento: escúchese a la Lola.