
Helen Levitt – c. 1942, Nueva York
Ayer leí esta noticia en El Mundo:
«La abogada Raquel Díaz, trasladada al Hospital de Parapléjicos de Toledo tras la agresión de su marido»
y la entradilla: «Raquel Díaz sufre una grave lesión medular provocada por la paliza que le propinó el ex concejal de Ponferrada (León) Pedro Muñoz, el pasado 29 de mayo.»
y la noticia de que una mujer con una carrera ha sido apaleada por un hombre (?) que ha ocupado cargo público queda perdida en el maremágnum de declaraciones sobre la ruina económica que sufre «el sector» debido a que cientos de miles de cretinos anglos no pueden venir a mear en nuestras calles, a achicharrarse en nuestros arenales, a berrear en las terrazas ni a fingir que la ensaladilla les ha sentado como un tiro y pueden reclamar que les devuelvan íntegro el gasto de la semanita very-very-very-low-cost en las islas, ni pueden abarrotar los mercados centrales, sin comprar un mísero kilo de nada, cuando en días nublados o lluviosos no saben qué hacer con sus vidas, ni van a poder practicar el deporte nacional del balconing en apartamentos y habitaciones alquiladas a precios tan disparatados que profesionales de la enseñanza, la sanidad y el orden público no pueden permitirse un alojamiento decente porque ni los pluses por destino alcanzan.
Ya que se habla tanto de que arranca un periodo de reconstrucción, habrá que plantear definitivamente en serio qué pasa con la violencia machista, pero también hay que preguntar qué están haciendo o dejando de hacer los profesionales de la mente -psiquiatras, psicoanalistas, filósofos–, que ni se les ve ni se les oye ni se les lee en los medios, fuera de las trivialidades importadas del gurú exótico de turno, hasta el punto que se diría, como atestigua la noticia que da pie a este post, que no tienen ninguna reflexión que aportar, ni diagnóstico fiable ni lucidez que compartir, ni esperanza que transmitir fuera de sus consultas carísimas.
Capados de esa reflexión que nos lleve más lejos de la constatación y el relato de miserias íntimas traficadas por agentes literarios en la onda norteamericana, sigamos hablando, como toca, de la fastidiosa oleada de calor africano y de lo mucho que echamos de menos a esos cabritos ingleses. Y ojalá los avances de la medicina permitan que la abogada Raquel Díaz se recupere y no quede, como desea el animal que llegó a ocupar un cargo de representación ciudadana, sin posibilidad de moverse por sí misma. Que es lo que, metafóricamente por lo menos, desean tantos hombres que odian a las mujeres.

Hellen Levitt

La canícula en el Nueva York de los años 40.