
Estaba leyendo la última «novela» de Padura, flamante premio Whatever español, en vista a reseñarla para una muy prestigiosa revista, pero he avisado de que no voy a hacerlo no solo porque es un bodrio infame, inflado hasta superar las 600 (insoportables) páginas, sino porque además contiene escenas, situaciones, frases plagiadas con descaro.
Se supone que trata de la amistad de un grupo de cubanos y de la diáspora pero no es más que un absurdo cocido de escenas, personajes superficiales y un insulto a la inteligencia de los lectores mayores de edad.
Tiempo atrás, Zoe Valdés lo acusaba de haber mirado demasiado de cerca para escribir El hombre que amaba a los perros a En la pupila del Kremlim, de Álvaro Alba. Una puede pensar que porque ambos escritores son enemigos acérrimos hay que descontar carga a la acusación –de hecho, dedica una larga pulla a la Valdés omitiendo el nombre–, pero de verdad que leyendo esta basura espantosa, ridícula con sus pretensiones de alta literatura, engolada hasta la bobería en las elucubraciones de unos personajes más superficiales que una hoja de afeitar, que no representan a nadie auténtico a fuerza de ser un conglomerado caprichoso de estereotipos, combinado con situaciones y reflexiones plagiadas sin sonrojo y a la vez torpemente — de por lo menos una novela, como mostraré en su momento–, que es Como polvo en el viento esa primera acusación se hace plausible.
Supongo que buenos escritores vejados por el régimen castrista, como Antonio José Ponte, autor de La fiesta vigilada, o el ensayista Rafael Rojas, autor de El estante vacío y Tumbas sin sosiego, o el excelente novelista José Manuel Prieto, que publicó Rex en España, sabrían señalar con más propiedad que yo por qué es un fraude lo que Padura –Padura Caradura lo llaman, y ahora comprendo por qué– relata del Período Especial, del Maleconazo –que ni siquiera nombra como tal–, de los fusilamientos de capitostes del castrismo por corrupción o tráficos mayores –todo lo que en su condición de Gran Escritor de Cuba debería ofrecer al lector con mayor detalle y calidad así como profundidad de la información y la reflexión política.
Hablando de tráficos, cada vez está más claro que en España existe un potente tráfico de manuscritos que se pone al alcance de escritores conocidos y prolíficos —recuérdese que Lola Gulias puso el texto Embassy y la inteligencia de Mambrú, rechazado por la Agencia Kerrigan, al alcance de María Dueñas, a la que representa esta misma agencia, y que la Dueñas extrajo de él la información que daría pie a su primer bestseller-– y que el sistema español de premios, galardones, recompensas es una gran malversación intelectual y profesional. No he dicho que estuve en la agencia Kerrigan varios años y que Lola Gulias fue la primera que leyó las dos largas partes de la novela -115 páginas– que han sido objeto de plagio. Luego la leyeron al menos dos agencias más: una de ellas se mostró muy interesada, con intención de rescatar además La mentira y el asunto no prosperó porque me estaban destrozando el piso –situación que se solucionó, solo en parte, en 2012 cuando la Generalitat acreditó el estado en que lo habían dejado los últimos propietarios –que eran también administradores de la finca– fallando a mi favor en el Informe de tasación pericial contradictoria de 2012 (el mobbing empezó en 1999!!) –, y, depresión por medio, no tuve ánimos para continuar.
Padura nunca ha sido un buen escritor –como ya escribí en otro post–, sus descripciones explícitas del acto sexual van de lo ridículo a lo nauseabundo, pero en la serie de Mario Conde consigue ser un escritor eficaz. Aquí es de una formidable deshonestidad intelectual tanto en el material que ofrece como en el que omite.