La manzana del árbol del bien y del mal

Vanessa Kirby (a la derecha) está en racha desde que interpretó a la princesa Margarita en la serie The Crown. Le puso las cosas muy difíciles a Helena Bonham Carter

Me gustó mucho cómo se utiliza el símbolo de la manzana para estructurar el progreso narrativo y describir la evolución emocional de la protagonista en Fragmentos de mujer. Pocas veces habremos visto tan bien desarrollado el recurso estilístico que T.S. Eliot llamó correlato objetivo. Por un lado está esa manzana bíblica, con Eva queriendo conocer los frutos del árbol del bien y del mal, y en eso consiste su peripecia: cómo la soberbia de la protagonista, que desoye el consejo de acudir rápidamente al hospital, es castigada; el parirás con dolor bíblico llevado a su apoteosis tiene en la película otra faceta que se manifiesta como otro rasgo simbólico propio del fruto prohibido del paraíso, el de la fertilidad, o las semillas de futuro que contiene cada fruto. De otro lado, está muy bien representado el tema, tan freudiano, de la herencia del trauma con la desventura de la niña recién nacida a la que se mantiene con vida, pero apenas con la energía justa en su cuerpo, en su respiración, para que no delate a la madre escondida de los nazis; por eso es interesante como el guion sugiere que el drama de la protagonista revive la experiencia materna, de la que según se desprende de la historia, no estaba del todo enterada. En este sentido resulta coherente con las nuevas investigaciones que refieren que el cuerpo conserva, y por lo tanto transmite, la memoria de las emociones experimentadas. La emoción de la madre –no sabemos si verbalizada antes de la escena que vemos y que Ellen Burstyn interpreta de manera muy coherente con el personaje– ha quedado impresa orgánica, psíquicamente en la hija; esta ha de experimentar la muerte traumática de su propia hija en un parto que, sin preverlo, claro está, reproduce el de su abuela en esa cabaña asediada por los nazis, para atravesar el duelo que le permite reconstruirse.
También resulta coherente con el perfil de los personajes que la enfermedad que aqueja a la madre sea el olvido, es decir un alzhéimer –sugerido de forma muy económica
en la escena de las llaves en la cocina– que cae sobre el tipo de persona, una superviviente del holocausto, que ha hecho del recuerdo del trauma, del genocidio, una misión histórica que entraña un revivir constante del dolor. Desde luego, es imposible no señalar que Ellen Burstyn está viviendo un final de carrera espléndido desde House of Cards, donde encarnaba a la madre de Robin Wright. Ella fue, dicho sea de paso, quien consiguió en su condición de productora que Martin Scorsese, que aquí ejerce de productor ejecutivo, dirigiese Alice doesn’t live here anymore (Alicia ya no vive aquí), donde además del guapísimo Kris Kristofferson actuaba Jodie Foster, por entonces una niña, que por esos azares hollywoodienses estaba nominada también en estos Golden Globes (¡y ganó!).

Jodie Foster, a la izquierda, con el niño que interpreta al hijo de Alice.

Lo siento, chicos, soy una cinéfila de pro : mamé cine. Y cuando digo mamé quiero decir literalmente mamé. Pero esa es otra historia… 😉