Estoy leyendo la última novela del noruego Jo Nesbø, El reino (traducido por Lotte Katrine Tollefsen) en un intento de superar mis muchos prejuicios contra la novela policiaca, el thriller, en definitiva las novelas de misterio y detectives; llevo leídas unas 380 de sus 618 páginas y no tengo un juicio cerrado sobre el libro aún. La novela policiaca moderna me parece literatura con ínfulas sociológicas, creo que no he tenido la suerte de dar con un título convincente, por eso suelo preferir su traslación al cine –me gustó especialmente el diseño de imagen y la actuación de Rooney Mara y Daniel Craig en Millenium: los hombres que no amaban a las mujeres, de David Fincher.
Esto para decir que El reino, una novela ambiciosa sobre la relación de dos hermanos de una aldea noruega que se reencuentran después de varios años de ausencia del menor, sus ambiciones, lealtades, conflictos, me está pareciendo de momento una novela muy coqueta. Narrada en primera persona por el hermano mayor, el treintañero protagonista de la historia, es una novela que se gusta a sí misma tanto como el protagonista, Roy Opgard, quien va revelando datos de la tragedia familiar con una cadencia bien calculada para mantenere el suspense; escrita con enorme conocimiento de las reglas del bestseller de calidad, Nesbø salpica el relato de información práctica de toda suerte, descripción pormenorizada de técnicas, objetos, de marcas de coches y sus prestaciones, arquitecturas, de referencias cultas, también de la cultura pop, y entre ellas menciona la música que escucha el protagonista, empleado de una gasolinera en una aldea de montaña y talentoso mecánico, y con una vida interior potentísima, rodeado de un pequeño elenco de pueblerinos modernos. Escucha a J.J. Cale cuando la ansiedad amenaza con desbordarle, un detalle muy elocuente sobre el tono de la historia y el carácter del personaje: hundido en sus conflictos afectivos, de lealtades exigentes autoimpuestas, de deseos no saciados, el particular tono de JJ Cale pauta su resistencia mental que le impide hoy, un día más, lanzarse de morros contra la pared al volante de su Volvo 420 y terminar con todo. Pero veremos cómo llegamos hasta la 618.
Jo Nesbø posa para la prensa. La imagen que vende. Parece inevitable prestar sus rasgos al protagonista, restándole años. Ese tipo de coquetería del capitalismo moderno que nos deleita.