Republico la reseña que escribí para La Vanguardia-Libros con motivo de la salida de Kaen español, hacia 1999. Con traducción del argentino Edgardo Dobry.
En la presentación de Ka, dedicado a la espiritualidad hindú, Roberto Calasso proponía que el lector superase el temor que pudiera experimentar ante un universo tan exótico y alejado de la realidad occidental zambulléndose sin más en su lectura; a fin de cuentas, aseguraba, en él se abordan temas tan elementales como la respiración y el sexo. Calasso dice la verdad, pero es la verdad de un erudito que, después de recorrer aquella cultura con material de primera mano –los textos sagrados, que ha estudiado valiéndose en parte de su conocimiento del sánscrito–, descubre que de lo que se trata son de las esenciales perplejidades que rondan al hombre desde que abrió los ojos de la conciencia. Por ello, el lector neófito haría bien en pertrecharse de un buen diccionario de sabiduría oriental con lo que evitará ahogarse en el océano de deidades de nombres y formas…
Ya puede leerse en Jotdown mi artículo dedicado a la película de J. Deray, protagonizada por Alain Delon, Romy Schneider, Maurice Ronet y Jane Birkin. Tiene una segunda parte dedicada al remake de Luca Guadagnino, A Bigger Splash, que se publicará en las próximas semanas. La piscina tiene más miga de lo que parece; justo lo contrario de la de Guadagnino, que siempre se queda al borde de todo, es decir al borde de lo que importa.
Varios carteles de la película. En el de abajo es evidente la «inspiración Hockney».Delon tuvo ojo como productor: impuso a Romy como partenaire. De aquí saldría una actriz nueva. Claude Sautet pidió a Deray ver escenas en el montaje, pues le habían llegado comentarios de lo bien que estaba Romy y andaba buscando actriz para su próxima película. A La piscina tenemos que agradecerle, por lo menos, Las cosas de la vida, Max y los chatarreros, Lo importante es amar… Marianne (Romy Schneider) y Harry (Maurice Ronet) salen a hacer las compras a Saint Tropez mientras Jean Paul se queda en casa. Los viejos amantes hablan de las frustraciones de Jean-Paul: intento de suicidio, ha dejado de beber, fracasó su novela, ahora remonta gracias a ella. Los dos grandes amigos, Ronet y Delon, compartían una misma simpatía por la ultraderecha francesa. Se cuenta que la Schneider, de origen alemán, llevaba muy mal la cercanía de su madre, conocida actriz del momento, a ciertos jerarcas nazis. No se puede negar que los actores de esta época tenían vidas más intensas e interesantes que las estrellas del cine de hoy, por lo general muy lacios y con una imagen estandarizada, como prefabricados por las grandes productoras.
Atención a las cuatro últimas, para levantar la energía:
Track Listings: 1. Dragnet – Erwin Halletz and his Orchestra 2. Mission Impossible – Jimmy Smith 3. Bye-Bye Theme From «Peter Gunn» – Sarah Vaughan 4. I Spy – John Gregory & His Orchestra 5. M Squad – Count Basie And His Orchestra 6. Ironside (Theme From «Ironside» – NBC-TV) – Quincy Jones 7. Caught At Midnight – Peter Thomas Sound Orchester 8. Dirty Harry – Lalo Schifrin 9. French Connection – Button Down Brass 10. The Untouchables – John Gregory & His Orchestra 11. The James Bond Theme – Roland Shaw And His Orchestra 12. Charade – Stan Getz 13. Lady In Cement – Paul Desmond, Don Sebesky Orchestra 14. Hawaii Five-0 – Orchester Roberto Delgado 15. Theme From Starsky & Hutch – The James Taylor Quartet 16. Theme From Shaft – Alfred Hause & His Orchestra 17. Theme From S.W.A.T. – Rhythm Heritage 18. Keep Your Eye On The Sparrow (Baretta’s Theme) – Sammy Davis, Jr.
Los personajes de Don DeLillo (1936) carecen de esa alegre tontería que hace la vida soportable. En los libros del escritor neoyorquino las niñas de seis años adoptan posturas «de falsa sumisión», las tormentas son «encrespadas» y los pájaros no trinan alegres, aun menos estallan de dicha lírica como en Shreck. Sus gorjeos suenan «preocupados y espectrales», son un eco de la mente de esos individuos que planean «advertir» a la comitiva de Kennedy (Libra, 1988) pero terminan asesinándolo, o hacer estallar la Bolsa especulando contra el yen (Cosmópolis, 2003) o pretenden descubrir quién y por qué ha hecho estallar una bomba en el World Trade Center (Jugadores, 1977). Son personajes de algún modo atrapados en una sola idea, una paranoia. Sus protagonistas, como el Thelonious Monk de Contrapunto (2004), viven una forma de introspección…
En el pasado verano de 2005 las noticias de la mala salud de Fidel Castro y el traspaso provisional de poderes a su hermano Raúl hicieron que los periódicos se interesaran por la personalidad del segundo de a abordo de la Revolución cubana. No puede decirse que la política de continuidad y sus escasas apariciones hayan ayudado a conocerlo mejor, así que el lector puede pensar que los Diarios de guerra de Raúl Castro y Che Guevara, publicados este año por la editorial madrileña La Fábrica, pueden ayudar a despejar la incógnita. Pues tampoco. Las referencias y reflexiones personales son tan escasas en los Diarios que su interés es otro, puramente periodístico.
La intención de los editores, Heinz Dieterich, Paco Ignacio Taibo II y Pedro Álvarez Tabío es dar a conocer a los jóvenes latinoamericanos…
Días atrás, Alejandro Luque publicaba en JotDown un artículo dedicado a los «negros literarios», es decir a los escritores que crean o redactan libros, discursos, artículos para que los firmen otras personas, por lo general luminarias en alguna profesión que las coloca bajo el foco público. Personajes a los que se supone talento para armar un discurso propio o famosos por razones ajenas al idioma y que se ven en la tesitura de hablar en público.
El artículo me parece que frivoliza con una situación -la del negro– que debería estar sometida a una regularización estricta, como todo lo relativo a la creación literaria, y al sector en que se trabaja como free-lance. Luque incluye testimonios de diferentes personas, en su mayoría hoy reconocidas, con lo cual es grande la tentación de mirar hacia atrás sin ira. Yo hice de «negra» a mi pesar y por ello guardo un rencor completo y absoluto hacia las personas que propiciaron que no me quedara otra opción que aceptar esas colaboraciones, mal pagadas y de ningún modo reconocidas, mientras la editorial, el editor y el figurón que firmaba se llevaban dinero y aplausos.
Entiendo que hay una diferencia entre corrector de estilo, negro y «editor» tal como lo entienden los estadounidenses. Los dos primeros tienen un cometido definido de antemano y muy probablemente el pago se ajusta a la intervención sobre el texto que se pacta, de ahí la satisfacción que manifiestan algunos, como Bonilla, que habla de cuatro meses salvados por el ingreso. Otros hablan del buen trato con el especialista que domina mejor la materia objeto del libro que las técnicas de redacción. Yo también guardo un buen recuerdo de uno de estos especialistas, un periodista encantador que hace años se trasladó a Brasil tras dos décadas en Italia. (Claro que seguramente el buen recuerdo va ligado a que sucedió antes del acoso inclemente del editor).
El quid del problema está en cuando lo que debería ser una corrección de estilo se convierte en una reescritura, un editing tan radical que el resultado es muy distinto del texto que entregó el «autor», del que a veces solo es reconocible el tono, o este y las anécdotas. Y que no se paga conforme al trabajo realizado.
El de Luque era uno de tantos artículos que leo y me indignan más o menos vagamente por esa frivolidad que ha llevado, por acumulación, a la situación de precariedad de la que se lamentan los menos favorecidos, los más explotados dentro de ella, como Ana Iris Simón, la autora de Feria. Como tantos otros artículos enervantes, iba a dejarlo pasar, pero contiene una referencia al Loco de la Colina que me importa aclarar ya que unos y otros van publicando sus memorias, a veces parciales o esquemáticas.
«En cuanto al trabajo de guionista radiofónico o televisivo —sobre todo, en este tipo de programas—, cree que «un guionista, salvo que trabaje para él y en su propio proyecto, es un negro, puesto que escribe para otro, o para otros, por dinero. La diferencia es que al guionista se le reconoce la existencia en los créditos, y al negro no», dice.
»»De todos modos, y contra lo que pueda pensarse, yo no he sido negro de Quintero salvo en sus libros, en los que no figuro como autor o coautor porque la editorial quería que libros como Cuerda de presos o Trece noches fuesen firmados por Quintero; y en El Loco de la Colina, que allí lo éramos todos los que escribíamos porque no aparecía en ningún sitio el nombre de ninguno de los guionistas. Aparte de eso, siempre he figurado en los créditos como guionista o coguionista de todos los programas que he hecho junto a Quintero durante casi treinta años. En este tiempo, no he sido negro de Quintero, he sido guionista de Quintero», subraya.»
El proyecto de libro de Cuerda de presos me lo ofreció en la primavera de 1996 el editor de No Ficción de Planeta. Hasta ese momento yo me había ocupado, además de innumerables correcciones de estilo, del editing -aunque él lo llamaba corrección de estilo– de varios títulos que habían tenido muchas ventas, como el éxito inmediato que fue El amor armado, de Mendiluce -que sé fue rechazado por Anagrama, y la responsable de prensa de esa misma editorial en aquellos años contó las risotadas con que celebraron algunas escenas lírico-amorosas del original, que el autor, famoso como cooperante -director en ACNUR– cuando el tema humanitario no estaba de moda, presentaba sin aclarar el sexo de la persona a la que iba dirigido el poema.
Otro de los títulos que edité –en el sentido de organizar los bloques de texto, proponer epígrafes y títulos de capítulo, corregir el estilo (redacción, gramática, ortografía), y eliminar párrafos o todo aquello que resultara innecesario para la mejor comprensión del texto final– fue el que firmó Gemma Nierga, Hablar por hablar. De la experiencia con el de Nierga y con el infame editor saqué la conclusión de que no debía regalar mi esfuerzo por un pago miserable. Cuando me habló del de Quintero, me explicó que las páginas que yo tenía entre manos eran obra de gente del equipo del Loco; si no recuerdo mal, era gente asociada en una productora y me maravilló lo bien que se lo montaban algunos. Leí unas páginas y me pareció que la salida comercial del proyecto de libro dependía de que tuviera la expresión tan característica del Loco de la Colina (por lo que mi aportacion solo podía ser técnica; es decir, que tenía sentido intervenir solo después de que el libro adquiriera esa voz característica).Javier Salvago cuenta en el artículo que él fue el negro del libro Cuerda de presos; según veo en internet, Planeta lo publicó en 1997. Me figuro por la trayectoria de Salvago que entregó un texto bien acabado y cumplidito y que se le pagó en consecuencia. Además, subraya que Quintero no omite nunca su nombre, que aparece siempre como guionista o coguionista. Muy distinto de lo que me ofrecía a mí Munné: no solo una tarifa de corrección en lugar de editing, sino además llamadas continuas por teléfono, comentarios personales y preguntas fuera de lugar. Cierto día deslizó que yo tendría dificultades para encontrar trabajo si «se sabía» que yo era «conflictiva»: no hay que decir que toda mi «conflictividad» consistía en negarme a sus avances a la vez que soportaba estoicamente lo que se fueron convirtiendo en insultos.
¿Quién ha ganado? Basta con mirar alrededor para saber la respuesta.
La canción da bien el embrollamiento de los entresijos de la profesión.
Meta Carpenter en el momento álgido del romance con Faulkner.
Ya puede leerse la reseña de Los días perfectos de Jacobo Bergareche en Mercurio.También es posible descargarse el número 216 de la revista. Las novelas de Faulkner Las palmeras salvajes y El sonido y la furia tienen cierta relevancia en la cavilación del protagonista. Es interesante su propuesta de un nuevo romanticismo.
Por cierto que el famoso lema-interrogante: Entre la pena y la nada… es el núcleo de otro diálogo significativo, el que escenificaban Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg en el idilio más cool de la nouvelle vague, el de la primera película de Jean-Luc Godard, À bout de souffle.