Por desgracia, mucha gente cree que el plagio de una obra no estrenada, de un texto inédito, es un simple contratiempo en la vida de un escritor. Para contradecir ese error y desmentir a quienes creen que basta con seguir intentándolo, que basta con denunciar y esperar a que la justicia te de la razón, recomiendo empezar leyendo la sobrecogedora reseña que publicaba este fin de semana Mercurio a propósito de una crónica titulada justamente así: El plagio, de Daniel Jiménez.
El plagio tiene un coste económico para la víctima, sobre todo cuando hay razones para creer que en cualquier caso habría tenido un rendimiento. Contemplada a distancia, la ruina es un hermoso espectáculo. En el día a día obliga a replantear cualquier proyecto.
La reseña empieza así:
Juan Jiménez es una persona real, tiene setenta y cinco años, está jubilado, desde que ha sido desahuciado de su casa reside en un pequeño pueblecito y recibe una pensión mínima con la que apenas llega a fin de mes. Juan Jiménez es músico y fue, durante más de cincuenta años, miembro de la banda Los pekenikes, una formación nacida en 1959 que supuso uno de los mayores éxitos discográficos de la industria del pop español:
Por mi parte, continúo informándome sobre el plagio. Tenía interés en averiguar qué dice el psicoanálisis sobre estos fraudes que importan por partida doble a la reputación y, además de la tesis de la que hablé un poco en otro post, he dado con un título emblemático, Voleurs de mots, del psicoanalista y escritor Michel Schneider. Schneider, del que se han traducido algunas novelas y un par de ensayos al español, es el padre de la escritora y periodista Vanessa Schneider, autora del libro que recuerda y homenajea a su prima, la protagonista de El último tango en París.
Estoy en plena lectura de Ladrones de palabras y es una obra profunda en conceptos y en ideas, sin disuasorios enrevesamientos lacanianos. Toma conceptos del psicoanálisis y los aplica al fenómeno del plagio, muy extendido entre escritores que consideramos canónicos, y no solo, pues dedica una parte sustancial a tratar de plagios que sufrió Freud y del que propició al comentarle las reflexiones que mantenía con el autor de la teoría original –sobre bisexualidad–. En el mundo «moderno» las víctimas de plagio suelen tener un perfil poco interesante desde el punto de vista comercial –cuando no se nos/los trata de pobres diablos, fantasiosos, mitómanos, es decir de locos–. El que no se traduzcan ensayos como este y que el tema no sea objeto de reflexiones originales en nuestro país -salvo repetir el bobo «todo lo que no es tradición es plagio»– demuestra cómo se desarma intelectualmente a la población de perspectivas elaboradas que enlacen diferentes disciplinas.
Se nos dice que no hay mercado para este tipo de ensayo, tampoco para crónicas como la de Vincenzo Calia y Pisù sobre El caso Mattei… El fastidio es que hay demasiado mercado para novelas de policías, ladrones, asesinos y otros malhechores de cartón piedra que fomentan el cinismo y la resignación, el escepticismo frente a las denuncias del fraude y ante la mera posibilidad de que se haga justicia.