«Pareja, espectro» en Mercurio

Meta portrait

Meta Carpenter en el momento álgido del romance con Faulkner.

Ya puede leerse la reseña de Los días perfectos de Jacobo Bergareche en Mercurio. También es posible descargarse el número 216 de la revista.
Las novelas de Faulkner Las palmeras salvajes y El sonido y la furia tienen cierta relevancia en la cavilación del protagonista. Es interesante su propuesta de un nuevo romanticismo.

Por cierto que el famoso lema-interrogante: Entre la pena y la nada… es el núcleo de otro diálogo significativo, el que escenificaban Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg en el idilio más cool de la nouvelle vague, el de la primera película de Jean-Luc Godard, À bout de souffle.

La manzana del árbol del bien y del mal

Vanessa Kirby (a la derecha) está en racha desde que interpretó a la princesa Margarita en la serie The Crown. Le puso las cosas muy difíciles a Helena Bonham Carter

Me gustó mucho cómo se utiliza el símbolo de la manzana para estructurar el progreso narrativo y describir la evolución emocional de la protagonista en Fragmentos de mujer. Pocas veces habremos visto tan bien desarrollado el recurso estilístico que T.S. Eliot llamó correlato objetivo. Por un lado está esa manzana bíblica, con Eva queriendo conocer los frutos del árbol del bien y del mal, y en eso consiste su peripecia: cómo la soberbia de la protagonista, que desoye el consejo de acudir rápidamente al hospital, es castigada; el parirás con dolor bíblico llevado a su apoteosis tiene en la película otra faceta que se manifiesta como otro rasgo simbólico propio del fruto prohibido del paraíso, el de la fertilidad, o las semillas de futuro que contiene cada fruto. De otro lado, está muy bien representado el tema, tan freudiano, de la herencia del trauma con la desventura de la niña recién nacida a la que se mantiene con vida, pero apenas con la energía justa en su cuerpo, en su respiración, para que no delate a la madre escondida de los nazis; por eso es interesante como el guion sugiere que el drama de la protagonista revive la experiencia materna, de la que según se desprende de la historia, no estaba del todo enterada. En este sentido resulta coherente con las nuevas investigaciones que refieren que el cuerpo conserva, y por lo tanto transmite, la memoria de las emociones experimentadas. La emoción de la madre –no sabemos si verbalizada antes de la escena que vemos y que Ellen Burstyn interpreta de manera muy coherente con el personaje– ha quedado impresa orgánica, psíquicamente en la hija; esta ha de experimentar la muerte traumática de su propia hija en un parto que, sin preverlo, claro está, reproduce el de su abuela en esa cabaña asediada por los nazis, para atravesar el duelo que le permite reconstruirse.
También resulta coherente con el perfil de los personajes que la enfermedad que aqueja a la madre sea el olvido, es decir un alzhéimer –sugerido de forma muy económica
en la escena de las llaves en la cocina– que cae sobre el tipo de persona, una superviviente del holocausto, que ha hecho del recuerdo del trauma, del genocidio, una misión histórica que entraña un revivir constante del dolor. Desde luego, es imposible no señalar que Ellen Burstyn está viviendo un final de carrera espléndido desde House of Cards, donde encarnaba a la madre de Robin Wright. Ella fue, dicho sea de paso, quien consiguió en su condición de productora que Martin Scorsese, que aquí ejerce de productor ejecutivo, dirigiese Alice doesn’t live here anymore (Alicia ya no vive aquí), donde además del guapísimo Kris Kristofferson actuaba Jodie Foster, por entonces una niña, que por esos azares hollywoodienses estaba nominada también en estos Golden Globes (¡y ganó!).

Jodie Foster, a la izquierda, con el niño que interpreta al hijo de Alice.

Lo siento, chicos, soy una cinéfila de pro : mamé cine. Y cuando digo mamé quiero decir literalmente mamé. Pero esa es otra historia… 😉

Te llamaban María Schneider… o nada en Jot Down

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Imagen de la actriz en El último tango en París

Ya puede leerse en Jot Down el artículo dedicado a reflexionar en torno al libro de Vanessa Schneider, Tu t’appelais Maria Schneider, publicado en francés por la editorial Grasset, en el que rinde tributo a su prima, la célebre actriz de De profesión reportero, de Antonioni y El último tango en París, de Bernardo Bertolucci. Se han contratado los derechos para su adaptación al cine.

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Iconoclastas

godard garrel mal genio

Para seguir con el tono del artículo «Empleos de verano», es decir para jugar a la iconoclastia de los temas emblemáticos de la teoría de los años 60 y 70, recomiendo leer un libro al que ya me he referido en otro momento, La séptima función del lenguaje, del versátil Laurent Binet, y la película del ganador del óscar por The Artist, Hazanavicius, Le redoutable (Temible).

Le redoutable es una adaptación al cine de Une année studieuse [Un año ajetreado], escrito por la amante de Jean-Luc Godard, la actriz Anne Wiazemsky, luego escritora y directora de cine, que narra la relación con el célebre director de La chinoise. La versión cinematográfica es divertida, iconoclasta en el sentido que ridiculiza al genial director, y está cargada de alusiones meta-cinematográficas. Desde el punto de visto de Hazanavicius -y probablemente del de la actriz y escritora- Godard es un personaje patético, payasesco y, naturalmente, machista. Como en el caso de Binet, una se ríe a gusto pero sin compartir ni el punto de vista ni el tono de la película. Para mí lo sobresaliente es cómo Louis Garrel defiende a su personaje. Garrel, hijo de un conocido director de cine francés justamente de la época gloriosa, está adquiriendo un nivel que lo convierte en presencia indiscutible del cine de hoy. Aquí, su famosa tupida melena se convierte en una calva nada incipiente y las icónicas gafas de pasta de Godard conocen más de una y de dos veces el contacto del suelo… Este recurso chaplinesco no deja de tener un significado simbólico: en un momento de ebullición histórica como fueron los 60, con el punto álgido en las protestas y reivindicaciones del 68, se nos dice que su mirada no acertaba a ver la realidad con precisión porque su instrumento –las gafas como símbolo de elaboración de lo visto– quedaban inútiles una y otra vez.

Vaya por delante que la actriz, la flaquísima y autosatisfecha Stacy Martin, no me gusta nada, aunque la confianza en sí misma que demuestra como actriz, y en su propio cuerpo, permiten que la película llegue hasta el final sin demasiado tropiezo, pero me cuesta no pensar en el carisma de las actrices de la época, incluida la auténtica Wiazemsky, o Anna Karina, ya no digamos las grandes divas.

Godard aparece retratado como un machista muy desagradable, y no hay por qué dudar de los recuerdos de su joven pareja. Sin embargo, no me convence cómo representa la confusión de Godard respecto a las exigencias participativas de las clases trabajadoras, y cómo esta exigencia de participar en la batalla suponía discutir el concepto de «genio» que se le endilgó a él desde su rompedora aparición en À bout de souffle. Es divertido como comedia, del mismo modo que las ácidas descripciones y escenas que Binet inserta para burlarse de Sollers y Kristeva –los únicos que siguen vivos de todo el santoral setentero y que amenazaron con denunciarle– son hilarantes. Pero esa burla, esa parodia, en ambos casos –Binet es más inteligente– deja de lado la sustancia que convirtió a estos intelectuales en figuras de referencia. Para un joven espectador que vea Mal genio (traducción elocuente), Godard no fue más que un misógino, pedante y ególatra director de cine de filmes entre políticos y románticos. Y como, en aras de atraer al público más amplio posible, se obvia la potencia intelectual de Godard –pese a desastres como algunas cintas infumables que expulsaron de las salas de cine incluso a los más fieles–, no se transmite acertadamente la contradicción que experimentaba el cineasta entre su voluntad artística y la conciencia de deber participar en la revolución de su tiempo.

Dicho de otro modo, no es fácil para un lector no leído, no enterado de las contradicciones de la década, advertir que el drama de Godard fue que empatizó demasiado con un movimiento que no le pedía, según él creía, renunciar a su identidad genial, disolverse en el colectivo, por usar la  terminología de la época. Resulta más fácil entenderlo si se compara con la actitud de Pasolini en relación al movimiento estudiantil-revolucionario. Dado que el italiano tenía un punto de vista hipercrítico hacia el desarrollo económico y las consecuencias en términos de consumo que acompañaron a la década del despegue, nunca se puso de lado de los estudiantes y así recibió una sonora pitada precisamente en la Sorbona. El arte, la poesía, el cine, eran formas de expresión autónomas y él como autor, intelectual, artista, entendía esas revoluciones como formas sofisticadas del progreso consumista de la evolución del capitalismo industrial. Por ser un hijo rebelde de la pequeña burguesía, y homosexual, Pasolini no tenía complejo de culpa respecto de sus iguales, mientras que Godard, artista genial hijo de un banquero suizo –repito: BANQUERO SUIZO–, sentía la necesidad de acompañar las impugnaciones a la totalidad de sus coetáneos. El contexto político era bastante diferente de un país a otro.

De manera que Le redoutable es divertida, iconoclasta pero, como protesta con razón Louis Garrel, una siente la necesidad de defender a Godard, no de justificar su misoginia ni su vanidad, sino su lealtad a la transformación profunda de la figura del artista e intelectual del momento. Si uno lee a Deleuze y a Godard, advertirá que  el director de cine se hace eco de las reflexiones del primero. En conclusión, quizá de lo que se trata –dejando de lado los problemas a la hora de elegir a la pareja adecuada– es de ser más exigentes con nostros mismos para ponernos a la altura de Godard, Barthes, Kristeva e tutti quanti, en lugar de aparcarlos, de denigrarlos con lecturas reduccionistas para ser tan mediocres y pactistas como conviene a los Hazanavicius de cada día.

Más cornás da el hambre… Carmen Amaya y Sabicas

Contra los flamencos del norte, que no nos quieren dar nuestro dinero para enderezar la economía, aquí tenemos flamenco del bueno…

¡cuántos datos históricos recogidos en apenas 15 minutos de video! claro que hay que saber ver más allá del zapateado y de los cuerpos escuchimizados, y también verlos.

The Sheltering Sky – Bertolucci, Sakamoto, Bowles – piano

Cuentan que Bowles afirmaba que Bertolucci «no había entendido nada» de su novela, El cielo protector, pero lo cierto es que a la película le sientan bien los años.

Recorrí estos paisajes de Argelia en invierno del 91, un viaje raro con un grupo de desconocidos y un guía que solo escuchaba rai. Recuerdo que el tono general del viaje cambió desde el 1 de enero, que celebramos cerca de los oasis de Timimún, porque un chico que venía en nuestra furgo, muy serio y taciturno desde que salimos de Bcn, el 31 de diciembre parece que decidió dejar atrás su viejo yo y se convirtió en un personaje alegre que respondía a todo a carcajada limpia.

 Argelia estaba entonces, como tantos países arruinados por la ineficacia del comunismo –en plena crisis soviética–, en una especie de limbo; el fracaso del sistema parecía inevitable en medio de un polvorín político como es África, continente devorado por la codicia de los países del norte y que todavía no había sucumbido al islamismo radical.

¡Cuánto me gustaría volver!

Resistencia al confinamiento y a «la peste»

Preciosas memorias de Carlo Levi, confinado en un villorrio del sur italiano por actividades antifascistas en tiempos antediluvianos, digo mussolinianos. Ya lo anoté en otro momento, hay una excelente adaptación al cine obra de Francesco Rosi y el libro está traducido al español: Cristo se paró en Éboli.

Es también la historia de un médico que quiere dedicarse a la pintura, al que solicitan para que ponga su buen sentido a disposición de los enfermos y al que no dejan ejercer sino tras un sinfín de ardides; se gana el corazón de las gentes con su mezcla de inteligente bonhomía y profunda comprensión de la esencia del sur italiano. El capítulo final es toda una lección y ejemplo de la que era en tiempos casi remotos la función de un intelectual de izquierdas. Matera, localidad entonces sinónimo de miseria del mezzogiorno, es hoy destino de moda y enclave para rodar la última de James Bond.

El clásico de Sam Peckinpah, para exorcizar nuestras ganas de salir corriendo de casa, tomar la directa y no parar hasta encontrarnos en territorio seguro –sea lo que eso sea a día de hoy.

La Sevilla del Siglo de Oro diezmada por pestes y calamidades con perspectiva posmoderna, del puño y letra del peruano-sevillano Fernando Iwasaki. No os perdáis el apéndice bibliográfico. [Aquí quedáis debiéndome algo con esta invitación a la lectura.] Una impresión de lectura en este artículo. 

Si estás pensando que lo tuyo está fatal, aquí Guy Ritchite y su elenco te demuestran sin que te cueste la cara que todo puede ir siempre a peor y que no te puedes fiar de nadie, salvo que cuentes con un clan irlandés unido como un acordeón para defenderte a puño limpio, literalmente hablando. Si te compraste una cámara con zoom y por culpa del confinamiento no puedes usarla, intenta practicar con tus vecinos los trucos, audaces o torpes según se mire, que Ritchie nos regala en esta película. Tenías que haberla visto ayer, día de San Patricio, pero bueno. Demuestra que Brad Pitt merecía premios de interpretación mucho antes de cumplir los 50.

Así vamos a estar todos en quince días. Un clásico que vi por primera vez no hace mucho. El sueño del que está encerrado siempre será la evasión y aquí están todos por lo menos intentándolo. Me gustan esos actores de cine con una historia personal y curtidos con experiencias fuera de lo común.