Hace dos años, la traducción del poema de Amanda Gorman, leído durante la ceremonia de investidura de Joe Biden, «The Hill We Climb», arrojó una luz inesperada sobre la actividad de traductoras y traductores. La polémica en torno a la cuestión de saber quién debía o podía traducir ese poema tuvo una repercusión internacional. ¿Había que ser una mujer negra para traducir el poema? El debate entre universalistas y esencialistas estalló con fuerza en los Países Bajos, España, Francia… Nuestra postura era más pragmática. El lustre de un poema como ese, leído en esas circunstancias, daba a una joven poeta negra en Estados Unidos una extraordinaria visibilidad de la que podían beneficiarse, en el exterior, traductoras y traductores todavía menos visibles. Dos años después, a nuestro colaborador Santiago Artozqui se le confió la colección de poemas de Amanda Gorman que incluye ese poema concreto, además de muchos otros. Santiago Artozqui ha respondido a nuestras preguntas acerca de las particularidades de este encargo, y acerca de su trabajo sobre una poesía muy experimental y formalmente inventiva.
Amanda Gorman durante la ceremonia de investidura de Joe Biden
¿alguien se ha fijado en la (para mí llamativa) coincidencia de la salida de la última novela de Javier Marías, Tomás Nevinson, y la denostación continua de su carácter que se hace desde prensa y radio, con el pretexto de la reciente publicación de las memorias editoriales de Herralde a través de su correspondencia, editadas por Jordi Gracia? ¿No es gracioso que en la portada de Marías aparezca el guapo actor francés Gerard Philipe, (uno de los favoritos de nuestras madres en su juventud, el que protagonizó Calígula de A. Camus, y Fanfan la Tulipe, entre otras películas y obras de teatro con los mejores directores de su época) y que la promoción de Herralde incluya fotos de un pasado progre, de melenas (más o menos) largas, acompañadas por recuerdos pletóricos de su sempiterno esnobismo de buen tono? Anagrama es esa editorial capaz de señalar en sus noticias que alguien famoso -o simplemente el famoso del momento– «quiere» «se propone» leer algún título de la editorial y no incluir jamás las reseñas positivas o artículos publicados en publicaciones prestigiosas por todo el que no entre en el esquema snob de la casa.
¿Alguien se ha tomado la molestia de comprobar que Anagrama publicó muy poco a Pasolini como para andar dándoselas de… (¿de qué?) respecto al italiano? De hecho, solo veo que publicó las Conversaciones con Jean Duflot en 1971 y, el mismo año, bajo la dirección de J. Jordá, que también lo tradujo, Pasolini contra Rohmer y Cine de poesía contra cine de prosa? Dos libritos muy interesantes, creo que ambos ya descatalogados, que corresponden a una época en que PPP era célebre y tienen muy poco de ofensivo. Del libro de Duflot extraía yo algunas reflexiones en esa novela que Chirbes me plagió (contrefaçon dirían los franceses)
En los últimos años Anagrama ha publicado más al reaccionario Houellebecq, al bobo de Beigbeder, sin olvidar la vacua y anoréxica primera novela de D. de Vigan Días sin hambre, la basura ideológica que es Perras sabias, la primera de Virginie Despentes, novela que sus mayores fans califican de muy floja, que a pasolinis incómodos. Sin olvidar, claro, la prosa altamente subversiva de Milena Busquets.
Chorégraphie de Ohad Naharin Scénographie et lumières de Avi Yona Bueno Abajo: atención a la versión de Strangers in the night 😀
Primer envío acerca del Affaire Amanda Gorman… o cómo un error -el de la «activista» holandesa que, sin saber ni papa de lo que implica traducir, ha obligado a imponer traductoras «negras» y «activistas» en diferentes países– ha logrado meter el dedo en la llaga de la total falta de diversidad en el milieu cultural catalán y español.
Como teníamos tiempo que perder la otra noche, mi gato y yo nos pusimos a ver la tele. El pobre bicho está aún convaleciente de la apoplejía que sufrió semanas atrás después de leerse Adéu a la universitat, La DOCTRINA del SHOcK de Naomi Klein y otros libros indigestos y apocalípticos –libros que engulló por tener la descabellada idea de querer ser crítico literario, como todo el mundo–, pero no ceja en su empeño, así que lo tenía pegadito a mi regazo contemplando y analizando alternativamente la pantalla y mi cara. Echaban lo que parecía un programa en catalanish dedicado a la literatura, y el presentador, que hablaba muy raro, lento y entrecortado –quizá también convaleciente de una apoplejía–, presentó a los invitados y había muchas chicas. Lo curioso es que todas eran rubias. Había dos traductoras rubias, una de mediana edad y la otra treintañera, y una…
En su instagram, el crítico de El CulturalNadal Suau publicitaba un artículo suyo publicado en la revista del periodista Mora, ctx/contexto, con el fenomenal título de Una deshonestidad de otro tiempo, en el que respondía a otro artículo de Javier Cercas, titulado Una superstición de nuestro tiempo, en el que este, sin dar el nombre del crítico, arremetía contra su reseña de la novela de su compañero del premio Planeta, Manuel Vilas, Alegría. No he podido leerlo, pues no estoy abonada a El País. Tampoco he leído las novelas del Planeta, dicho sea de paso. Me enteraba, en parte, del contenido por lo que Nadal Suau reproducía de él para replicarle.
En tono de risa, Nadal Suau se refiere a la insinuación de Cercas sobre los críticos que castigarían a aquellos escritores que osan rebatirles o mostrar su disgusto ante reseñas negativas y/o escritas con mala fe:
y por otro, que esos mismos tipos tienen aterrorizados a sus posibles detractores ante la posibilidad de “represalias”. ¡La Asociación Española de Críticos Literarios imponiendo la omertá en la España Constitucional!
Aquí, Nadal Suau juega a yo soy de Mallorca y estoy en Mallorca, como si la isla le permitiese mantenerse en la inopia y no darse por enterado de que, efectivamente, las represalias existen. Antes, el mismo Nadal Suau apunta al blanco oculto de la diatriba de Javier Cercas, que no podía ser el autor de ese panfleto que no se tiene en pie por ningun lado –salvo el de nuestra condescendencia–, Literatura de izquierda, del argentino Damián Tabarovsky [obsérvese que NS cita a Tabarosvky para rebatirlo en la misma frase; para eso sirve su libro, como un repertorio de contra-citas]:
¿seguro que el apellido Tabarovsky le molestó más que el apellido Echevarría, que también invoqué?),
Y, hala, ya mentó la bicha, como dirían nuestros clásicos. El nombre de I. Echevarría va, efectivamente, unido a tal cantidad de represalias –incluida yo misma– que una tiene la impresión de presenciar no un debate –¡quien lo viera!– sino lo que realmente es: una guerra de posiciones, en la que lo de menos es la buena literatura. No digamos la crítica que en estos momentos no existe. Hay algunos buenos críticos –pongamos Pardo, en Babelia, y los incombustibles Guelbenzu, Santos Villanueva, como profesionales que pueden abrir en canal el libro, no al escritor (diferente de la noción de «autor», por hablar con alguna precisión). Hay también muy buenos lectores entre los escritores, que de vez en cuando asoman en los suplementos, como Justo Navarro o Marcos Giralt Torrente o Eduardo Lago, por dar tres muy dispares. Pero una corriente de crítica literaria moderna, ahora que ya tenemos «colocados» a todo el nocillaje, ¿dónde está?
De modo que Nadal Suau o es de Mallorca o se hace el de Mallorca porque represalias las hay, y en este punto tiene razón Cercas, aunque les falta decir a todos, al hablar de los premios Planeta, que lo de menos es la literatura –buena, regular, mala u horrorosa–. Ya es curiosa esta tendencia a atacar exclusivamente al escritor de fama como si no fuese una pieza de una maquinaria muy poderosa y no atacar nunca a los que mueven el engranaje de esa maquinaria. Ni una palabra nunca contra las/los agentes literario/as que intervienen en el negociado (eufemismo) de los premios, ni contra los editores que abortan carreras o no defienden a sus escritores –la larga lista de autores que cambian de sello no solo por dinero sino por sentir el respaldo de un/a editor/a que va a saber verbalizar el interés de sus libros y proyectos–. Ni contra el negociado de subvenciones y becas oficiales, que concedió una beca a Vilas de estancia en la Academia de Roma, donde probablemente terminó de escribir la obra premiada por Planeta. Tampoco habla nadie, tampoco ninguno de ellos, de las subvenciones a la traducción de obras españolas, concedidas por Acción Cultural Española, que caen sobre autores extranjeros como Leonardo Padura –más de 30.000 euros para traducir al francés y al alemán su última novela, publicada en Tusquets, propiedad de Planeta, que estrangula económicamente a los colaboradores (como yo), que terminamos con menos capacidad de maniobra que un ciclista de Glovo y similares. De esas tropelías no dice nadie nada.
No sé si es del todo creíble la estampa con que se pinta Nadal Suau como alguien que lucha en pro de la buena literatura y de su independencia con las armas de su buen hacer por 85 míseros euros porque también llama la atención cuántas veces su buen hacer solo se destaca en cuanto apoya a los escritores favoritos de Echevarria –no saca su réplica a Cercas en El Cultural, donde originalmente publicó su (bien argumentada) reseña de Vilas, sino en la revista que acaba de ser condenada a pagar equis cantidad de euros por tratar de manchar la reputación de Resines–; el mismo Echevarria que no tiene el menor reparo en publicitarlos mientras critica que otros hagan lo mismo (léase: pasear a sus amigos por congresos y parrandas similares sufragados con dinero público).
La humilde condición de crítico a tanto la pieza que esgrime NS lo convertirá o no en diana de represalias según las defensas que el humilde crítico muestre. Al respecto, hay que subrayar que las represalias viajan en todas direcciones: de escritores contra otros escritores, y de estos contra críticos: quienes somos realmente independientes y no nos prestamos a cambalaches recibimos de todos lados. Una mínima reserva, expresada sin violencia, tratando incluso de «salvar» libros que van a ser objeto de críticas durísimas en los periódicos principales; un enfoque inesperado para poder incluir la reseña del libro en una publicación que de otro modo la rechazaría; una negativa a convertirse en la publicista gratuita de tal escritora –así entienden algunas la sororidad–, un artículo más lúcido de lo soportable por los popes, todo vale para ahogar la crítica independiente.
Así tiene razón Nadal Suau cuando observa que la crítica hoy día no está muy boyante. ¡No le echaréis la culpa de ello al coronavirus!
Una breve historia ejemplar No todos los que están en condiciones de humillar aprovechan la oportunidad de rematar al humillado sino que prefieren recuperar su propia dignidad haciendo justicia. Valga el siguiente recuerdo. En cuarto curso de Literatura española contemporánea, en la Facultad de Filología de la Central (Barcelona), teníamos de profesor al catedrático Antonio Vilanova. Un hombre en la cincuentena, muy serio, trajeado y encorbatado, que ocupaba la tarima con autoridad e impartía el curso con amplio conocimiento y elocuencia. A mitad de curso, rondando el tercer trimestre, se ocupaba de Unamuno, que si las novelas, que si el ensayo, que si el pronunciamiento militar. Unamuno decía algo en sus ensayos y yo no estaba conforme con su planteamiento. Lo discutíamos en el patio algunos alumnos –cuatro especialmente entusiastas– sin llegar a nada. Para mí, la cuestión era indecidible. Pensé que nadie mejor que el profesor de la materia. Un día en clase, alcé la mano y pregunté, Vilanova se indignó, yo aclaré, él volvió a indignarse, mencionó a Proust –a quien yo empezaba a leer–; sin ceder, sintiendo el calor del odio de los que querían pasar la hora sin alteración neuronal, opté por callar y no acaparar la clase. Al terminar, bajó en procesión un grupito de alumnas, conocidas por vestir muy bien, con prendas muy caras, y venir de colegios privados, para decirme que ellas «sí me habían entendido» y creían que yo tenía razón, que bajaban al bar y que si quería ir con ellas. Llegó un examen parcial, entre las preguntas cayó la de Unamuno. Quien me lee ya sabe que nunca me bajo los pantalones, así que yo insistí en lo mío. Resultó que Vilanova no era solo de los que leían de pe a pa los exámenes sino que además comentaba en clase los cinco mejores. Con su voz bien proyectada por todo el aula dijo que le había sorprendido especialmente uno, y volviéndose hacia mí admitió públicamente –delante de más de cien personas– que me había entendido mal. Al final de curso, me encontré con una matrícula de honor. Otra matrícula la recibió una de las chicas «bien vestidas», quien más de una vez tuvo que digerir el gesto de estupor de alguna profesora, espetándole que «ella» (en su fuero interno: «con ese aspecto», «con esa ropa») no «podía» haber hecho ese examen (tan brillante). A veces, los que dicen ser progresistas son más reaccionarios que un serísimo catedrático nacido en los años 20 del siglo pasado.
¡Cuánto artículo y ruido por una polla muerta! Lo que vuelve a quedar claro es que para los que controlan el cotarro las pollas y los culos de la burguesía disfrazada de moderna siempre valdrán más que la mera y simple decencia. No voy a dedicar un minuto más a comentar la peripecia de Gil de Biedma, quien seguramente tenía calculado el efecto del episodio del chaval en Filipinas [por un perro que maté, mataperros me llamaron], pero sí a subrayar el mucho tiempo dedicado a defender a personajes de ficción –la polémica sobre Lolita y Nabokov estirada hasta hacerse vomitiva en la exposición de obviedades–, a figuras muertas y más que celebradas ya, y lo poco que se habla de la censura de ahora mismo, y de la falta de transparencia en decisiones económicas sufragadas con dinero de TODOS los españoles, incluidos los que no leen.
Me sorprendió esta serie porque, entre elementos exagerados y con interpretaciones histriónicas, aborda con acierto el problema del dominio y la coacción sexual en el trabajo en esos ámbitos liberales donde, como los tíos son tan guays y sus sueldos los vuelven tan guays, dan por seguro que las chicas, tan guapas y modernas, tan liberadas y con tanto título superferolítico, tan ambiciosas y lagartas, consideran normal bajarse las bragas a poco que el jefe lo pida… o sin pedirlo: con alargar la mano, todo el territorio es de su propiedad. En uno de los episodios, una exempleada del equipo del programa de televisión relata llorosa cómo el ambiente del grupo predisponía a valorizar estas conductas y a no ver –o fingir que no se veía– cuánto había de coacción y de explotación de la frágil posición de las empleadas, a las que se degradaba de inmediato, es decir coincidiendo con la pérdida de interés del gallo del corral. Lo mismo pasa aquí con la gauche divine, pero a fe mía que nadie publicaría la novela o el relato con el detalle de ese cerco, acoso y hundimiento del abusado (hombre o mujer). El tema fundamental de la serie, los efectos de la corriente MeToo en la sociedad norteameriana y cómo repercute entre las empresas que crean y manipulan la opinión pública, va de la mano de un tema siempre vinculado a los medios de comunicación: en qué medida revelar la verdad, o una verdad, vale el riesgo y las consecuencias. Este problema está encarnado por la protagonista, Bradley Jackson, interpretada por Reese Whiterspoon, alguien que carga en su «mochila personal» con la culpa por haber denunciado a su padre, culpable de haber atropellado a otra persona mientras se encontraba «en estado de embriaguez». Se nos está diciendo que, ya desde muy joven, su personal concepto de actuar con ética implica llegar a denunciar a su propio padre (asegura que para evitar la repetición del accidente). Lo que da en llamarse el «arco de evolución del personaje» por fuerza tendrá que mostrar si las experiencias en las que ella participa la conducen a modificar o flexibilizar su búsqueda de la verdad a cualquier precio. Que las series funcionen como mecanismos bien engrasados depende de detalles que permitirán ser leídos según la lógica de la moral –o «mensaje» en lengua coloquial– que se pretende transmitir. Así, cuando la periodista negra, Hannah –Gugu Mbatha-Raw– localiza en su casa a Bradley –tras hacerse viral una grabación en la que se la ve perdiendo los estribos frente a otro colega y vociferando una parrafada sobre el sufrimiento de la clase obrera, en lucha en ese momento–, la trama juega con la idea de la productora eficiente capaz de localizar a cualquiera; en su satisfacción y el tono persuasivo se entiende: «te localicé, te cacé en tu madriguera», cuando en los sucesivos episodios veremos que a quien ha encontrado es justamente a quien va a dejarla sin escapatoria frente a esa verdad que en aras de un bien general –demostrar la culpabilidad del acosador interpretador por Steve Carell– supuestamente se sitúa por encima del derecho a la propia imagen de las víctimas. Naturalmente, otro aspecto del guion y que puede considerarse como un leit-motiv de la «construcción» narrativa es cómo actúa el elemento nuevo y extraño que desencaja los automatismos de una maquinaria –la llegada de la tal Bradley Jackson y sus modos propios del periodismo de batalla introducidos en un programa de entretenimiento masivo–. Los efectos de las acciones de cada persona están planteadas como en el juego de billar donde el golpe de una bola puede dar carambolas y/o llevar a otro al hoyo. Y si en apariencia es la «autenticidad» temperamental de B.Jackson lo que determina una intensificación y el revelado de los conflictos latentes en el grupo, lo que también vemos es que el nuevo director tiene un plan y está manejando a sus empleados como a marionetas para ejecutar el plan de limpieza y control general que se ha propuesto. En este sentido, está claro que esa lectura cínica –los grandes medios utilizan las tendencias y corrientes de indignación de la masa lectora para sus propios fines siempre que dispongan del capital para hacerlo– se conforma mejor con lo que vemos todos los días. Por eso mismo, el flirteo entre la periodista polvorilla y el Superjefe molón tiene el incentivo de averiguar no si ella acabará liada con él para demostrar que las afinidades personales están por encima de las clases sociales sino si él ha tendido una red para zampársela cuando le convenga. Ya se verá.
Continuando con el asunto de la polémica en torno a Gil de Biedma, vale la pena detenerse a pensar de qué va el caso realmente, y qué intenciones tienen los promotores de la polémica. En el caso de García Montero ya dijo que se sentía en deuda con el poeta catalán, así que es natural que aproveche su posición dentro de la institución del Cervantes para promover el homenaje. Es obvio que él encontrará más razones para celebrarlo que para denigrarlo, como suele suceder cuando alguien con relieve social favorece a una persona más joven en un campo como la poesía. Se trata de ese tipo de deudas que complace saldar y hasta vanagloriarse de la deuda. Trapiello plantea, como viene haciéndose en los últimos años, si hay que pasar por alto las acciones miserables de personajes socialmente relevantes y apreciados, como aquí Gil de Biedma. El asunto va ligado a controversias como las que envuelven a figuras célebres y celebradas como Polanski y Handke o polémicas como Celine. Personalmente, reclamo el derecho a decir que no soporto a tal o cual artista y que no tengo por qué matizar ese aborrecimiento. Igual que hay quien tiene debilidades incomprensibles por figuras ue nos parecen menos que mediocres o irrelevantes. Y tengo derecho a mi aborrecimiento porque nada, salvo el ínfimo porcentaje de sus ingresos que pueda corresponder a que yo compre o no sus obras -libros, entradas de cine, dvd con sus obras completas en el caso de un director, camisetas, pósters, etc– afecta al libre desarrollo de su arte. Junto con mi libertad de aborrecer porque sí va la conciencia de que, en lo que tiene de pulsional, tampoco puede tomarse muy en cuenta a la hora de emitir un juicio ponderado sobre las acciones del artista en cuestión.
Como el cine es un arte que sí me interesa, me importa cómo se trata el tema Polanski. En principio, para mí bastaba que hubiese llegado a un acuerdo con la chica a la que violó para cerrar el caso. Si ella, de adulta, sopesa los aspectos del problema y decide con libertad qué le conviene para pasar página, puedo considerarlo una de las salidas posibles del trauma. Ahora bien, cuando surgen nuevas denuncias de mujeres que relatan hechos similares y hablan de violencia, de violación pura y dura, el asunto adquiere otro cariz y considero un insulto a la inteligencia que, so pretexto de que el fulano a veces -no siempre– realiza buenas películas, debemos pasar por alto que una parte muy concreta de la población –chicas rubias que guardan parecido con su mujer asesinada por la familia Manson- despierta en él un determinado comportamiento que las leyes consideran delictivo. En El Quijote se lee un aforismo, de boca de un «discreto caballero», que va pintiparado a los casos que se discuten estos días: «letras sin virtud son perlas en el muladar«. Al mismo tiempo, vale la pena preguntarse si ciertas guerras o batallas a las que se nos convoca como ciudadanos son verdaderamente nuestras guerras o se nos está utilizando para otro tipo de negocio. A saber, Trapiello relata que hace años ya sacó el asunto de la escena de Gil de Biedma y el niño prostituido y que los tres amigos de GdB, Gimferrer, la Regás y la Moix, le quitaron importancia. No sé si la enemistad entre Trapiello y Gimferrer viene de ahí pero a mí me tocó asistir a una escena sobre ese desprecio mutuo que no me hizo ninguna gracia. Tras leer mi novela publicada en Mondadori –envié yo un ejemplar, si no me equivoco–, Gimferrer decidió que le había gustado bastante y me llamó para hacer de nuevo lecturas en Seix Barral. Conviene recordar que leer para él como director literario de Seix, antes de venderla a Planeta, fue precisamente mi primera colaboración como freelance al salir de la CCRTV. Pero en 1997 no me apetecía aceptar una tarea menor como leer manuscritos y algún que otro libro en francés, tarea pésimamente remunerada además, pero era imposible decir que no a un Gimferrer como en su momento era imposible decir no a Anagrama. Como en otras editoriales, el ritual consistía en pasar al despacho del editor, comentar de viva voz las impresiones más relevantes sobre el texto y entregar los informes, que a veces él leía mientras yo permanecía sentada muy formal esperando el fin del teatrillo. A menudo G. estaba recostado en su sillón giratorio con las largas piernas sobre la mesa y rodeado de un mar de mecanoscritos y de libros, algunos de otras editoriales. También era habitual en él explayarse a partir de los textos informados sobre diferentes asuntos, siempre con mucha erudición, algo que en mi primera etapa –aún menor de 30 años– me hacía muchísima gracia. Dicho de otro modo: era un bonus nada despreciable añadido a la tarifa entre mísera y mediocre. Supongo que las lecturas de aquel día eran irrelevantes e impublicables y no recuerdo por qué sacó a colación una pulla de o contra Trapiello –del que yo solo conocía el nombre-. Dijo que había escrito un soneto y lo leyó muy ufano. A mí no me hizo la menor gracia por lo que contaré enseguida, así que apenas terminó de leer, y con el asunto de los informes ya cerrado, me levanté y le dije en un tono que recuerdo de ironía y fastidio: «La culpa de esto la tiene Quevedo, que ha hecho creer que el insulto es un arte». Piénsese la situación: llevaba yo siete años como free-lance y básicamente lo que había encontrado era mucho trabajo por debajo de mi formación y experiencia o, cuando coincidía con esta, muy mal pagado, y dilación insoportable en los pagos. Había dejado el puesto en la televisión, donde estaba muy bien considerada, para convertirme en el pimpampun de cualquier desaprensivo. En los dos últimos años previos a esta charleta de Gimferrer yo había tenido que digerir la deslealtad de Jordi Llovet, para quien trabajé por cantidades irrisorias, sin seguro, con la promesa de no dejarlo tirado como habían hecho otras chicas a las que había colocado en posiciones más ventajosas que la mía, y el acoso del editor Toni Munné en Planeta NoFicción. Pese a que prácticamente toda la gente a la que yo trataba estaba al corriente del mal trago que estaba yo atravesando, agravado por el acoso de este canalla, no hubo nadie que le diera un toque para pedirle que me dejara en paz. Una vez publicada la novela, no solo no se hizo una gestión profesional sino que me vi tratada de lo peor, incluido de «bastarda» –algo que no corresponde, dicho al pasar, con la realidad concreta–, de «gilipollas» por ese mismo Munné. Se me cerraron muchas puertas por la lectura pacata que se hizo, y que Ignacio Echevarría no corrigió como debería haber hecho al haberme animado a publicarla. De modo que, con el agua al cuello económicamente y a punto de caer en una profunda depresión –como diagnosticó el médico en su momento– no me divirtió lo que un tipo, poeta y eterno aspirante a Premio Nobel, con las patas sobre la mesa, un sueldo a tono con el cargo, me tomara de rehén de sus rencillas y pretendiera que le riera una gracia que yo no vi en ninguna parte. No era mi guerra y tampoco lo es lo que pudo hacer Gil de Biedma y este asunto es una cortina de humo más sobre problemas más graves del mundo de la cultura.
Leo con cierto estupor el artículo en Voz Populi que resume la última controversia sobre el homenaje a Gil de Biedma a propósito de lo comentado por Trapiello, lo que respondía García Montero, director actual del Instituto Cervantes, el quid de la anotación en los diarios del catalán sobre el comercio sexual que mantuvo en su momento con menores en Filipinas –el mismo destino de Matzneff, por si no se recuerda–, el comentario au dessus de la mêlée del editor de los diarios, Andreu Jaume, y me digo que todo esto sí pasará, con cierto asco.
Para empezar, no creo que nadie estaría discutiendo con tanto empeño –empeño en el homenaje y en el denuesto– si el poeta fuese un clase media cualquiera. También sorprende que el Cervantes tenga dinero para homenajes a figuras de sobras reconocidas y no lo tenga para dignificar las cantidades y plazos que dedica al pago de escritores y universitarios vivos como los que colaboran –y hemos colaborado– en secciones que tienen repercusión entre una amplísima -y mundial- comunidad de docentes, estudiantes e interesados en la literatura y culturas hispánicas.
Todo esto pasará muy pronto, pasará esta buena conciencia y súbita preocupación por niños abusados y prostituidos en décadas pasadas y en geografías remotas, pasará y continuará sin abordarse la cuestión de las vejaciones, humillaciones, defenestraciones de carácter profesional de ayer mismo y de hoy que se padecen en el medio cultural, sin exigirse el castigo a los premios amañados y a jurados comprados y agentes promotores del fraude, sin proponerse ideas, análisis y discursos de mayor calado que la descripción prolija de miserias personales y familiares. No se pedirá tampoco un cambio en la prescripción del delito de abuso sexual, a niños o a mayores de edad en situación de indefensión. No se atacará al Grupo Planeta y editoriales afines por abuso de posición al imponer tarifas que no permiten vivir a profesionales autónomos sin margen para negociar.
Toda esta buena conciencia pasará, los niños prostituidos y abusados continúan siéndolo hoy y mañana se sumarán otros, sin que nadie exija a los progenitores que se cosan los huevos ya que no pueden dar una vida digna a sus vástagos,
Todo será lo mismo; los articulistas y columnistas habrán cobrado sus artículos, se habrán cortado a medida su traje de Gran Escritor Ético y los pijos continuarán decidiendo qué se publica, de qué se habla y quién habla y por cuánto tiempo.
Seguimos con la tendencia de la desmitificación de la intelectualidad francesa con un nuevo libro-escándalo. Los diarios franceses llevan días hablando del libro de la hija de Bernard Kouchner, La familia grande, en el que acusa a su padrastro de haber violado durante años a su hermano gemelo, hace nada menos que 30 años. Lo malo de estos libros es que dejan en la oscuridad delitos de la misma naturaleza contra menores que no son hijos de celebridades. Los libros sobre la sexualidad miserable parecen un filón interminable desde que el bueno de Michel Houellebecq desmitificara en sus primeras novelas –de Las partículas elementales no pude leer más de cuatro páginas a causa del asco que me dio– el pansexualismo francés que había definido a la generación de mayo del 68. Lo malo es que se está confundiendo la tendencia a épater le bourgeois de esa época –con mucha fantasía y relaciones escandalosas que solo habían tenido lugar en la fantasía del que lo contaba– con las prácticas de abuso de personas indefensas, menores o no.
Por cierto, Bernard Kouchner también fue muy cuestionado por incluir su firma en las listas a favor de la despenalización de las relaciones sexuales entre menores y adultos (asunto que comento en el artículoya mencionado), polémica que el diario Libération abordó con cierto detalle.
El psicólogo Pierre Lassus (1945), psicoterapeuta y administrador del Institut de victimologie (Instituto de Victimología), especialista en el maltrato a los niños, tenía mucho que decir sobre las actividades pedófilas de Matzneff… y por decirlo fue blacklisté (incluido en una lista negra). De eso y de mucho más en relación al escándalo que desató en Francia la publicación de Le consentement, de la hoy editora Vanessa Springora, hablo en el artículo –más periodístico que de opinión, aunque esta no falta– que publica el segundo número de la nueva revista Registros culturales, dirigida por Pablo Miravet… y otros valiosos colegas.
Flavie Flament, hoy periodista, denunció en La consolation haber sido violada a los 13 años por un célebre fotógrafo británico.
Mi firma figura en la lista de personas al pie de la carta abierta en protesta por la forma en que el agente literario Wylie retiraba a la editorial Pre-textos la opcion de continuar publicando a la poeta norteamericana Louise Glück tras la concesión del Nobel de Literatura.
Creo que conviene aclarar algunos detalles porque yo no he firmado a favor del privilegio de la ingenuidad ni tanto menos de que una poeta, desconocida para práctiamente todos nosotros, renuncie al beneficio que puede aportarle su inspiración y trabajo; con más motivo porque el Nobel es una lotería y le ha tocado con 77 años. Cuando recibí la convocatoria ya estaba enterada, por fuentes ajenas a los promotores de la carta abierta, de que la editorial valenciana estaba batallando por retener a la premiada, de la que ha publicado siete libros a lo largo de casi tres lustros, y «a pérdidas». Di por hecho que serían los dos grandes grupos editoriales los que estarían pujando, con adelantos muy golosos, por hacerse con la obra completa y no dejaba, ni dejo, de ver la repetida injusticia -de la que también se lamentó mucho en su momento Jorge Herralde, editor propietario de Anagrama hasta que la vendió al grupo Feltrinelli– de que una editorial pequeña descubra a un escritor, acierte a asociarle un perfil público atractivo para su lector hasta obtener cierta rentabilidad, y una vez maduro el terreno un grupo grande con una capacidad de distribución apabullante saque la chequera, ofrezca una cifra irresistible y el pequeño tenga que retirarse sin poder obtener beneficios que le permitan apostar por más promesas.
Portada en inglés para no ofender a nadie
Como le ocurriría a cualquier escritora que pasa penurias, me pareció fácil y grotesco exigir pureza con el dinero ajeno, así que esto es lo que respondí a la carta:
«Si estuvieses en su lugar, ¿no preferirías ganar todo el dinero posible para dejar bien acomodada a tu familia? ¿No debería existir un término medio en el acuerdo, es decir permitir que renueve por lo ya traducido, de modo que gane dinero por la valentía que tuvo al apostar cuando no se la conocía, y encarar nuevas colecciones -obra completa?– a partir del Nobel?».
Se me respondió que Wylie exigía eliminar el remanente de libros ya publicados y que parecía que Malpaso iba a comprarla. Que un grupo famoso en España por no pagar a sus colaboradores y por insultar a los que tienen el coraje de reclamar públicamente su deuda se llevase a la nueva estrella editorial, más el reclamo de eliminar libros bien editados, me decidieron a firmar.
Hasta ahí mi apoyo. No suscribo la campaña de denigración de Wylie, tanto menos considerando qué obra gestiona ni cuántos escritores darían más que un dedo de una mano (y sobre todo los dedos de los colegas) por contarse entre sus representados; también estoy de acuerdo con algunas manifestaciones que ha hecho el agente: si una editorial (sin ceñirnos ahora a Pre-Textos) que reclama exclusivas del área hispanohablante luego no hace publicidad ni vende más de 200 ejemplares de sus títulos y si además no paga adelantos en tiempo razonable ni liquida royalties al autor o a sus agentes, está trabajando mal. No puede extrañar que tan pronto se encuentre con una mínima capacidad de maniobra, el escritor o su agente se deshagan de un acuerdo que lo mantiene en vía muerta.
Al mismo tiempo, no deja de sorprender, por lo inusual, que los periodistas de cultura españoles hayan ido a recabar la información a la otra parte cuando lo habitual es que se erijan en portavoces de la editorial, del grupo económico más fuerte o del nombre más famoso y entierren todo tema controvertido de manera que se diría que en el mundo literario español solo hay conflictos económicos.
En ausencia de la información completa, o de lo que las dos partes tienen a bien publicar, quizá pueda afirmarse que los firmantes de la carta han/hemos actuado de buena fe pero con ingenuidad al desconocer los pormenores de unas transacciones económicas ya de seis cifras, en términos globales. Pero ¿es de verdad así? El eco de la protesta en el área latinoamericana desde luego se explica porque la iniciativa parte de allí y la cadena de editoriales independientes está bien conectada, entre ellas y con el administrador del blog de donde surge la iniciativa. Considerando el voluntarismo con que tienen que actuar las independientes, y sus escasas opciones de obtener apoyo económico de entidades públicas, junto con la competencia desigual que se les impone desde España, se explica que se hayan visto reflejadas en la peripecia de Pre-textos. Probablemente, muchas tampoco pagan adelantos ni darán cuenta de las ventas, por lo que el valor simbólico de la operación editorial continúa prevaleciendo sobre asuntos como la rentabilidad, la distribución, la repercusión o el control de la propia obra.
Otro detalle: aunque en Francia no estaba publicada, la concesión del Nobel coincidió con la recopilación que había terminado un traductor, Romain Benini, quien hacía una semblanza de su obra para Le Nouvel Observateur: en Francia, al contrario que aquí, es muy habitual que el traductor proponga autores o títulos interesantes con muestras de traducción o el libro traducido (a sabiendas del autor casi siempre). Parece lógico que siendo los traductores literarios personas cultas, sean (seamos) quienes tengan las antenas bien orientadas, por lo que Benini se alegraba de que el premio aumente el abanico de editores interesados en una autora hasta ahora casi confidencial. Por cierto, ¿qué dicen los traductores al español de la autora?
Transcurridas unas pocas semanas, y cuando se anuncia que no Malpaso -¡albricias!– sino Visor publicará de ahora en adelante a la nobel, me identifico con la opinión que sobre este asunto expresó hace cuatro días la revista digital Archyde: The traitor is always the poet. [El traidor es siempre el poeta].
Y muy conforme con sus palabras acerca de la crueldad con que los editores llevan años castigando a los escritores no sólo por motivos económicos:
Why do we now show so much solidarity with a publisher when we have never done it with writers? Yes, we have to be united through thick and thin. Why has no one addressed these words to the many publishers who expel so many authors from their publishers? With cold commercial reasons they are fired, discontinued, their books destroyed; and the expelled writer seems to be without looking for media compassion.
No entiendo por qué se insulta a Glück por haber dicho que lo primero que pensó cuando se le comunicó la noticia fue que gracias a esa solvencia caída de Suecia podría comprarse una casa. ¿Qué se espera de una mujer de 77 años? ¿que diga que le apetece irse de excursión y recorrer el mundo haciendo dedo? ¿que Studio 54 es el lugar ideal para celebrar el premio? ¿en plena pandemia y en un país como Estados Unidos, donde la mayoría ha decidido que, como la constitución ampara su sacrosanta libertad, ésta se expresa plenamente limpiándose el culo con las mascarillas?
Gracias a todos por el culebrón, tan útil para oscurecer problemas más serios como los plagios impunes, los insultos a granel, la inanidad de las asociaciones profesionales y otras crisis.