«Tus cuerpos estaban al menos más jugositos»

Warren Sonbort


El último número de Mercurio, núm. 219 marzo/mayo, en papel, NO MORE DRAMA, con un dossier especial dedicado a las artes escénicas, publica mi reseña de un libro especialmente recomendable: Correspondencias. Cartas de cine. Es cine experimental, que equivale a decir la semilla de toda vocación cinematográfica. La selección de cartas y respuestas es estupenda y no puedo esperar más a recomendarlo, pues trata de todos los aspectos ligados a la creación de una película. El título del artículo es una de tantas frases inesperadamente poéticas, de una poesía surrealista, que se pueden entresacar del intercambio de diversos talentos. Están Jonas Mekas, Eisenstein, Duras, Pasolini, Renoir, Stan y Jane Brakhage… y, por zambullirnos en el cliché, no sabría decir si están todos los que son pero sí son todos los que están 😉 😀
Publica la editorial madrileña La Fábrica, como siempre con cuidadas ediciones (que conviene atesorar porque, cuando se agotan las ediciones, van luego muy buscadas, como ha ocurrido hace nada con mi traducción del libro del fotógrafo Gabriele Basilico). Que azuce las ganas de rastrear y descubrir la trayectoria y la obra de los directores menos conocidos ya dice que esta antología consigue por lo menos uno de sus objetivos.


Arranca así:
«Los editores de Correspondencias, Garbiñe Ortega y Francisco Algarín, resumen de manera diáfana lo que el lector va a encontrar en estas Cartas de cine cuando en la presentación escriben: «Más que una recopilación (de cartas, de imágenes), este libro plantea una composición, una red de relaciones y yuxtaposiciones, que estimula nuestra intuición ante un encuentro posible» y en el párrafo anterior: «Estas cartas que nos miran —y que miran a cámara— pueden estar ligadas al trabajo o a la vida, a la originalidad de un análisis o a los más sinceros afectos. Y nos permiten acceder al estrato más profundo posible de la psique de esta persona que, además, es cineasta.»
A partir del interés que supone acceder a la tramoya de la creación cinematográfica expresada en las misivas de los representantes indiscutibles del cine experimental o no comercial, prácticamente cualquier organización es buena. Ortega y Algarín estructuran la correspondencia en cinco bloques: Ofrendas, porque los cineastas también son espectadores y sienten el impulso de manifestar su admiración por la obra o la trayectoria de un compañero, mostrar gratitud porque una obra maestra influye en el ánimo y lo serena, o por dar un espaldarazo al recién llegado; quizá la carta más original entre estos homenajes sea la que Alan Ginsberg y Peter Orlovsky dedican a Chaplin en 1961 desde Bombay: «He aquí una carta de amor para ti» arrancan. «Somos un poeta feliz y un poeta infeliz en India, lo que suma dos poetas. Nos gustaría visitarte cuando pases por India para hacerte cosquillas en los pies». Tratándose de Ginsberg, sospechamos que va puesto de alguna droga euforizante, pero los editores de este volumen no han elegido al buen tuntún el contenido y líneas después comprendemos que es una carta de aliento: «Además creemos que Un rey en Nueva York es una gran película», porque se trata de eso, de animar al genio tras el fracaso de un film crítico con la política norteamericana de la época: caza de brujas y amenaza nuclear como plato cotidiano. Chaplin, por su lado, escribía a Dziga Vertov en 1931 para encomiar su trabajo con el sonido en Entuziazm: Simfoniya Donbassa y más adelante otros corresponsales hablarán a fondo del arte de crear la identidad sonora de un film.»

Ilustración portada: Sofía Fernández Carrera

«Duelo siempre latente», El invencible verano de Liliana, de Cristina Rivera Garza

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Ya puede leerse en la revista Mercurio la reseña dedicada al último libro de la escritora Cristina Rivera Garza, El invencible verano de Liliana. Su dispositivo narrativo recuerda a Jane, A Murder, de Maggie Nelson, un relato construido mediante poesías y extractos del diario de Jane y de las investigaciones del crimen. El libro no está traducido al español a día de hoy, que yo sepa.

El libro es, por supuesto, interesante y colma un vacío de testimonios directos en México, pero también dice mucho, y nada bueno, sobre el mundo de las grandes corporaciones editoriales españolas y sus estrategias comerciales, pues pocos ignoran que el tema de la violencia doméstica, de los abusos sexuales y, sobre todo la extensa bibliografía seria sobre el asunto considerado desde diferentes vertientes y disciplinas (política, sociología, psicología y psicoanálisis, jurídico) no nació con el movimiento americano MeToo.

Rivera Garza trabaja el texto de modo que resulte un concentrado de evidencias y transmita las diversas emociones que atraviesan las víctimas colaterales del crimen: familia, amigos cercanos. No deja duda sobre su intención –homenaje y denuncia– mientras Nelson  opta por combinar los planos narrativos generados por los diferentes géneros –cartas, diarios, declaraciones de sus allegados, notas de prensa, reflexiones de la propia autora– con el propósito de desactivar el morbo ligado a toda historia de crimen, y específicamente del crimen de una mujer joven. Su relato resulta vago, evocador y fantasmal como la presencia de la asesinada, e irresuelto, pese a haberse dado con el criminal. Esa vaguedad, esa irresolución reflejaba de forma intuitiva las dudas sobre la identidad del auténtico criminal, dudas que se confirmaron cuando los avances técnicos en análisis de pruebas, incluido el adn, permitieron identificar al asesino. Nelson recogió esta experiencia en otro libro, The Red Parts.

En cierto modo, puede decirse que ambos libros muestran una manera femenina de aproximarse a este tipo de crímenes que tienen a las mujeres como víctimas «naturales»: combinando diferentes planos y secuencias, apoyándose en diferentes géneros sin jerarquizarlos según su mayor o menor raigambre intelectual, acercándose al hecho mediante rodeos hasta alcanzar el núcleo duro del tema, y postulando una reflexión sobre el imaginario de cada época en torno a la libertad de la mujer y sus ambiciones de emancipación.

También es digno de subrayarse el modo como, desde las universidades y desde púlpitos legitimadores como revistas y diarios de gran circulación, las «expertas» españolas en feminismos y literatura de mujer se han apoderado de un tema que llevaban 25 años desdeñando.

Jane and Maggie retratos

In «Jane: A Murder,» poet Maggie Nelson (right) explains her rationale for writing a true-crime book about the 1969 killing of her aunt (left) that doesn’t focus on the killer: «It is Jane’s murder / that interests me. / His crimes do not».


Duelo siempre latente

«Fue a partir de 2007 cuando el público lector español captó el gran interés de la obra de Cristina Rivera Garza (Matamoros, México, 1964), con la publicación de La muerte me da, una novela donde la hibridación de géneros y la indagación en la potencia expresiva del lenguaje resultaba en una historia que conjugaba audazmente el relato policial con el vanguardismo literario.»

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