
Fotografía perteneciente a «Campos de Níjar», la exposición del pabellón de España en SIEL – Vicente Aranda / Ministerio de Cultura. Diario ABC.
Campos de Níjar -1960- y La Chanca –publicada en París en 1962, en la Librería Española; de 1981 es la primera edición en España— son dos títulos habitualmente catalogados como libros de viajes y considerados una suerte de doble fenómeno peculiar en la extensa bibliografía de su autor, Juan Goytisolo {Barcelona, 1931 – Marrakech, 2017}. Pese a su brevedad, suscitaron una intensa polémica en la prensa oficial española, entonces dominada por la ideología del régimen franquista. Campos de Níjar corresponde a un breve periplo de 1959 del joven escritor por las tierras almerienses próximas al hoy turístico Cabo de Gata. La Chanca relata otro viaje, en esta ocasión a un barrio almeriense dominado por la pobreza extrema, donde la protesta se castigaba con la represión del trabajador díscolo.
Antes de entrar a discutir el género literario al que deben adscribirse estos textos, conviene subrayar que el impacto que provocó La Chanca, secundado en su esfuerzo documental y de denuncia por las imágenes en blanco y negro del fotógrafo Carlos Pérez Siquier –{Almería, 1930}, quien en 1956 había empezado a retratar la misma barriada—, se prolongó durante décadas, de modo que las mejores condiciones de vida en la zona se consideran hoy un termómetro de las transformaciones estructurales ligadas al nuevo régimen democrático. La Chanca, en su combinación de texto y fotografías, se erigió en un símbolo de la capacidad del arte para transformar la realidad.
Campos de Níjar arranca con una rememoración: «Recuerdo muy bien la profunda impresión de violencia y pobreza que me produjo Almería, viniendo por la nacional 340, la primera vez que la visité, hace ya algunos años». A continuación añadirá que esta impresión se perfiló por sucesivos viajes, hasta el punto de hacérsele familiar el paisaje y la capital almeriense, antes de visitar las tierras de Níjar. Sus escasas ciento y pocas páginas son densas en encuentros y diálogos con los paisanos, en descripciones del terreno desértico, la miseria y el abandono en que las autoridades tienen a la población, la explotación inmisericorde de unas condiciones derivadas de la pasada guerra civil y la conciencia que los habitantes tienen de esa miseria. Goytisolo subraya las dificultades no únicamente mediante los diálogos, donde de forma muy hábil literariamente parece ponerse a un lado para que hombres y mujeres, a veces los niños, tomen la palabra y se expresen, denunciando su vida difícil y la falta de perspectivas. Lo hace además con su propio deambular, bien a pie o bien aceptando el transporte en diferentes tipos de vehículos de modo que –aunque algunas reseñas han puesto en duda tanto los kilómetros recorridos como el calendario que Goytisolo refiere– subraya la dificultad del desplazamiento y, por lo tanto, la lejanía de la civilización, no solo la capital de provincia. Se desprende de la imagen de abandono y desesperación uno de los temas propios de este género narrativo: la huida. La huida al norte del país, con continuas referencias a Cataluña y a Francia, los dos lugares a los que está vinculado el “viajero”, es decir el propio Juan Goytisolo, o a Norteamérica, dos Eldorados posibles de la década.
Aunque breves, ambos textos están esmeradamente construidos –ayuda, claro está, su redacción a posteriori, que permite reelaborar la experiencia y una ordenación de los materiales que se ofrecen al lector: además del viaje, hay apuntes históricos y una serie de apéndices que sitúan la provincia en el contexto histórico de largo alcance, para acentuar la dejadez presente de las tierras almerienses respecto de un pasado esplendor. Esos apéndices en la edición española incluyen y contradicen las críticas que la prensa oficial, muy escocida por la difusión del texto, se apresuró a publicar para tildar de exagerada invención la descripción que Goytisolo brindara de su paso por los campos de Níjar y la barriada de La Chanca.
En ambos textos el narrador se presenta como un testigo que empatiza con la desairada vida de los habitantes y procura, a veces sin suerte, no menoscabar su dignidad. En Campos de Níjar recorre y observa tanto la pobreza y el abandono como la riqueza potencial que procuran algunos avances en el cultivo y el turismo incipiente. Lo sorprendente para el lector de entonces y, más si cabe para el de hoy, es el rico léxico con el que Goytisolo se apodera del paisaje. Como vimos al leer el ciclo de los oficios de Ignacio Aldecoa, la honestidad del empeño del escritor se manifiesta sobre todo en la descripción precisa de un mundo ajeno para la mayoría de lectores. Al respecto, la descripción, o sería mejor decir la revelación, de este mundo no se agota en cuatro pinceladas efectistas y un tono sentimental mediante el cual el escritor burgués se haría perdonar su intrusión, sino en nombrar con el mismo rigor que el etnógrafo o el artesano, el labriego o el pescador, el territorio, los instrumentos y las actividades con que se gana la vida.
II
En Campos de Níjar sorprende el interés del viajero por las diferentes posibilidades de mejorar la explotación de las tierras de cultivo, desérticas en grandes zonas, y más fértiles en otras. Parece adoptar la posición del periodista y/o del etnógrafo. Sus observaciones no canalizan una denuncia sin fundamento sino que señalan que se explotara la mina –la carretera está asfaltada en el tramo que lleva al establecimiento fabril, mientras la que comunica los pueblos es deficiente–, por el rendimiento inmediato mientras faltaba inversión que aprovechara a los habitantes, y a la región.
En definitiva y al margen de polémicas, era un viaje no turístico para el que el viajero se documentó con antelación e iba tomándole el pulso al sentir de los habitantes. El forastero es un foco de energía que atrae la curiosidad y desata las lenguas –hasta donde la censura y el miedo toleran; cada vez que parece que podría transcribir una charla de taberna con alusiones explícitas a la represión franquista, el escritor repite que no puede transcribir lo que se dijo, pero al lector entiende sin problema a qué se refiere al hablar del «Gran Cáncer».

La novela de Carlo Levi, autor crucial en el tema del viaje del intelectual de izquierdas al sur arruinado durante el fascismo.
En La Chanca, so pretexto de enviar saludos a los parientes de un conocido de París, relata su recorrido por un barrio donde todos padecen calamidades y consideran al forastero con suspicacia; a menudo alguien que, como él, hace preguntas viene a llevarse detenido a un trabajador que ha osado discutir los excesos del patrón. El joven escritor se integra rápidamente en el lugar y, como en Níjar, es identificado como miembro de una clase burguesa, con estudios superiores y, por su actitud, posible testimonio y voz de sus penurias. Dentro de La Chanca hay niveles de miseria; los que malviven en las cuevas padecen desnutrición y, algunos, tracoma.
Goytisolo no se regodea en un estilo ampuloso; su viaje, tanto por Níjar como por la Chanca, es un descenso a otro nivel de conciencia y un despojamiento, opuesto al que define al autor del Viaje a la Alcarria {1948}, en quien se ha querido ver una inspiración. El encuentro con el enriquecido hacendado en Níjar que desprecia a los andaluces y ensalza el carácter castellano, o con el viejo que solo tenía higos chumbos para vender, con los turistas franceses y su coche averiado en la carretera, con el joven trabajador desesperado que reivindica su dignidad, ofrecen viñetas narrativas suficientes para mostrar una realidad y un estado de ánimo.
No podemos hablar de búsqueda de exotismo –como sucedía con Al sur de Granada, de Gerald Brenan—, sino del tipo concreto de denuncia de moda en esas mismas décadas, especialmente en Italia, entre los años 40 y los años 70, expresada en la literatura y el cine. Para un escritor joven como el Goytisolo de las décadas 50 y 60, estos dos libros pueden interpretarse como tanteos en torno a su posición dentro del panorama literario y político. Sus orígenes burgueses y su exilio en París son de sobras conocidos, y por eso mismo cabría considerar estos viajes también como un sondeo técnico, identificándose con la solidaridad del intelectual burgués del momento, pues sus orígenes y formación implicaban que la experiencia del sufrimiento que vio en el sur solo sería indirecta.
Apoyaría esta tesis la comparación con obras célebres de la época con las que comparte aspectos significativos. Recordemos aquí la mención que el escritor Antonio Rabinad, de orígenes proletarios, hace en sus memorias, El hombre indigno, a la biblioteca de Goytisolo, en la que figuraban los nombres más codiciados de la moderna literatura y teoría crítica extranjera, es decir, los títulos y corrientes que permitían a un escritor burgués informarse y nutrirse del pensamiento progresista y la vanguardia del momento. Si Campos de Níjar y La Chanca han sido emparentados al viaje de Cela y encajados en el subgénero del «Viaje al Sur», como el de Brenan, debemos recordar otras inspiraciones más lógicas: Albert Camus escribió en 1939 un reportaje, La miseria en la Kabilia, publicado en 10 capítulos en Alger Républicain, donde, además de describir y denunciar las penalidades en esta zona de Argelia, la falta de escuelas, proponía soluciones mejores que el falso remedio de la caridad. En Campos de Níjar, Goytisolo apunta posibles formas de aprovechar los avances en el cultivo y una mejor comunicación con zonas con potencial turístico. En Italia, acabada la segunda guerra y la dictadura mussoliniana, se publicaron títulos como Conversación en Sicilia {1941}, de Elio Vittorini, y la aclamada Cristo se paró en Éboli, de Carlo Levi {1945}, de la que Francesco Rosi haría una excelente adaptación al cine en 1979. En ambos casos, el intelectual del norte conoce y comparte la realidad de la miseria del sur, sus raíces políticas y empatiza con sus habitantes. Vittorini, como hará luego Goytisolo, describe y se apiada de los habitantes de las cuevas, del tracoma que padecen, y la conversación es la forma narrativa para presentar a los personajes como sujetos, dotados de conciencia y de vida, apartándose de la tópica representación que los animalizaba en su miseria.
Mientras los textos de Camus, Vittorini y Levi son relativamente extensos, a Goytisolo le bastaron menos de 200 páginas para soliviantar al régimen y llamar la atención sobre esa zona. Su carácter de tanteo literario quedaría probado por la obra posterior, pero el impacto sociológico se prolongó durante décadas.