LOS NEGROS BRUJOS, de Fernando Ortiz, la santería bajo el prisma positivista, en El Rinconete

La Santería cubana es hoy para la mayoría de nosotros, profanos en la materia, un elemento del folclore de la isla caribeña, que suponemos de escaso relieve en la vida diaria de sus habitantes, fuera de algún reducido sector que cultiva en privado tales  creencias –la magia y la religión de origen africano—, y en público solo para atraer a turistas.

Puede, además, asombrar la pervivencia de la religión afrocubana en la Cuba del socialismo castrista, dado que las prácticas religiosas, consideradas formas de opresión, fueron severamente restringidas durante décadas. Conviene recordar, sin embargo, que la santería y las religiones africanas mantienen un fuerte vínculo con la identidad cubana, cuentan con una base social fuerte y trascienden por eso conceptos como superstición o ciencia. Al integrarla oficialmente como un componente fundamental de la historia de Cuba se quiere dignificar los orígenes y experiencia de los africanos llevados a la isla y forzados al trabajo esclavo en las plantaciones, y dignificar también a sus descendientes.

Fernando Ortiz (La Habana, 1881-1969), licenciado en Derecho en la Universidad de Barcelona, publicó con apenas 25 años Los negros brujos, obra de gran impacto inspirada por las teorías higienistas del italiano Cesare Lombroso, que conoció en Italia adonde viajó para estudiar Criminología. Ortiz se introdujo en la sociología precisamente desde su posición de abogado criminólogo:

«…[en Madrid] Ortiz tropezó a inicios del siglo XX y por primera vez, con los atributos de la «terrible» y misteriosa secta negra cubana de los ñáñigos o abakuás, originarios del Calabar (territorio situado entre las actuales Nigeria y Camerún), la cual había horrorizado a la «buena sociedad» de la centuria anterior.»[1]

Era abogado fiscal de la Audiencia de La Habana cuando en 1906 dio a la imprenta su ensayo Los negros brujos. (Apuntes para un estudio de etnología criminal), inspirado por La mala vida en Roma, de Alfredo Nicéforo y Scipion Sigheli.

El estudio de la llamada «mala vida», término de origen italiano (la malavita es sinónimo aún hoy de la mafia, la camorra, de organizaciones criminales), se extendió hasta América y tomaba en consideración el aumento de la delincuencia en los países que estaban recibiendo oleadas de inmigración, sobre todo de Europa del sur y del este; pretendía establecer una relación causa efecto entre el origen extranjero y la condición social del inmigrante –pobreza extrema, estacionalidad del trabajo, país de origen— con el número y tipo de delitos. Las cifras reales y el desglose de delitos no siempre daban la razón a la tesis determinista. Conviene señalar que la fascinación por la malavita y por su estudio se prolonga hasta la actualidad, pues películas y series de gran éxito como la saga El Padrino (1972-1990), del ítaloamericano Francis Ford Coppola, Mesrine (2008) del belga J.F. Richet, Un profeta (2009), del francés Jacques Audiard, o Narcos (2018), ilustran este fenómeno, si bien la mayoría comparte una filosofía que puede calificarse de darwinista. Como recordará el lector, la saga de Coppola se inicia en los mismos años del análisis de Ortiz.

El estudio de Ortiz resulta en varios aspectos más original e intelectualmente audaz dentro de la escuela positivista y por tal razón evolucionó hasta las tesis avanzadas por las que su aportación es hoy reconocida: Ortiz establece una relación entre las creencias africanas y la baja instrucción de sus practicantes, pero también apunta que la astucia de muchos brujos corría por delante de toda supuesta fe irracional: la santería era una forma de vida fácil que explotaba la credulidad, la superstición y la necesidad ajenas.

Quizá el rasgo que diferencia significativamente las tesis de Ortiz de las de su maestro Lombroso sea la importancia que el estudioso cubano concede al ambiente y a la educación como factores de potencial “higienización” de las costumbres y creencias cultivadas por las razas que en Cuba se llamaban inferiores: la negra y la china. De esta última no se ocupa por falta, dice, de datos suficientes.

«Al principio tuvo que ser muy difícil para él su relación con el sector poblacional que precisaba estudiar, históricamente discriminado y colocado en los márgenes de la sociedad en su condición de santeros y paleros «brujos» y asesinos, y de peligrosos abakuás o «ñáñigos», todos envueltos en los misterios de sus secretos y ceremoniales poco conocidos y peor comprendidos.»[2]

Los discípulos de Lombroso estudiaban las características físicas y mentales de los delincuentes y de los enfermos tratando de determinar una relación directa entre la conformación física y la propensión al crimen o a la locura. Ortiz llamaba «expediciones antropométricas y antropológicas» a estos estudios de campo, base de la entonces llamada «psicosociología», pero aunque en este libro inicial habla de «plaga», de «enfermedad», de «virus» que conviene erradicar, en el desarrollo del estudio se distanció de todo fatalismo. Nunca llega a identificar raza negra e incapacidad intelectual: en 1946 publicó El engaño de las razas y en años posteriores continuó denunciando «la sinrazón de los racismos». 

 En El Rinconete- Instituto Cervantes

LOS NEGROS BRUJOS, de Fernando Ortiz, la santería bajo el prisma positivista (2)

Dividido en siete capítulos, Los negros brujos arranca con «la carta a modo de prólogo» que firma Cesare Lombroso, quien aplaude la descripción que el joven abogado hace del fenómeno, subrayando además la novedad de ciertas expresiones.

En Advertencias preliminares Ortiz disculpa que su estudio esté incompleto arguyendo la complejidad del tema, aunque justifica su publicación por inaugurar «el estudio metódico y positivista de la poliétnica delincuencia cubana».

         

En los sucesivos capítulos describe cómo se plasma la mala vida cubana entre las diversas razas y su integración en la isla. Los capítulos II y III estudian la brujería como práctica característica de Cuba; para ello describe el fetichismo africano que es su fuente, con su «panteón» de dioses yoruba y sus jerarquías, los templos, altares, atuendos, los orishas (divinidades de origen africano), el culto vudú y las macabras prácticas necrofílicas ligadas a este. Al tratar la figura del brujo, Ortiz destaca la relación entre el culto y los orígenes africanos de sus practicantes más fieles; la descripción de las costumbres, los diferentes ritos y sacrificios se completan con la explicación de términos aún vigentes en el vocabulario cubano como «dar el santo», «salación» –equivale a maldición, a gafe–, los hechizos más usuales para atraer al hombre o mujer deseados, por ejemplo –sobrecogedores por la mezcla de ingenuidad, superstición y autosugestión que delataban sus víctimas–, el uso de jergas incomprensibles –que compara con el efecto del latín de iglesia en el pueblo analfabeto–, y métodos de adivinación como «echar los caracoles», que aún se practican. Ortiz denuncia el carácter «parasitario» del brujo y el peligro que entraña su  actividad sin control ni base científica, relatando varios casos de curanderismo con graves consecuencias –locura, aborto accidental, muerte, empeoramiento del enfermo— para las víctimas del supuesto hechicero.

El capítulo V explora la «difusión de la brujería» y la discutible implantación del catolicismo: el sincretismo religioso resulta del contacto de distintas religiones, de modo que la religión africana asimilaba características que ciertos santos católicos compartían con deidades yoruba y adoraba a estos bajo el nombre del santo católico.

El capítulo VI se hace eco de truculentos casos de brujería y culto difundidos por la prensa habanera, perseguidos con severidad por la policía, concediendo especial relevancia al caso de una niña asesinada para utilizar su corazón en cierto ritual. Se acompaña de fotografías de los culpables, que fueron condenados a muerte. Ortiz alega al principio la falta de «datos concretos y sistemáticos» para justificar que utilice recortes de prensa. Conocemos a partir de éstos cómo trataban la policía y la prensa el fenómeno de la santería y su empeño en erradicarla, la confianza de unos y otros en la función higiénica de la llamada «civilización», de orientación racionalista y asimilada a la raza blanca y al mundo anglosajón. Precisamente la interpretación desde el prisma positivista de la fisionomía de los tres brujos condenados ha sido luego objeto de diversos artículos críticos, ya en el marco de los modernos Estudios Culturales.

No puede obviarse la sagacidad de Fernando Ortiz cuando señalaba que la ley no trataba el problema de la brujería y la santería por sus rasgos específicamente culturales sino por sus manifestaciones: tanto la denuncia como el castigo perseguían el delito común –profanación de tumbas, robo de animales, de objetos, el material utilizado para los ritos, reuniones secretas; se castigaban las amenazas y las agresiones, la estafa al enfermo como delitos comunes– sin ir a su fundamento. Según Ortiz, no cabía hablar de delincuentes naturales entre los brujos negros pues obedecían a las exigencias del culto. Ortiz no olvidaba la función cohesionadora que las creencias africanas tenían entre la población esclava en un mundo nuevo y hostil. Frente a un mundo incomprensible, el brujo se erige en la figura mediadora que comunica con el otro mundo, con el pasado africano e interpreta el lenguaje de la naturaleza.

El último capítulo se ocupa de la represión de la santería y el castigo del brujo; la filosofía positivista se expresa en los remedios «higienistas» que propone, característicos de la época y que en síntesis consistirían en formar a los hombres y mujeres en oficios que pudieran proporcionarles medios de subsistencia el resto de sus vidas, alejarlos de la ocasión de practicar la brujería, apoyado en su confianza en la natural tarea civilizatoria que entraña el paso de las generaciones.

Fernando Ortiz – retrato extraído del blog: El estanquillo.

Como no podía ser de otro modo, las teorías raciales del positivismo fueron contestadas desde su planteamiento, antes de ser definitivamente refutadas por los avances científicos del siglo XX. Del determinismo biológico se deriva la conclusión absurda de que todo criminal es inocente e irresponsable de sus delitos, señalaban sus críticos. Las teorías positivistas ilustran cómo las transformaciones sociales que, fruto de los avances tecnológicos del siglo XX y su incidencia en la economía, experimentaban todos los países, favorecían la búsqueda de soluciones científicas a problemas acentuados por la desigualdad económica y la deficiente o nula instrucción de los más pobres.

Fernando Ortiz acuñaría en 1940 el concepto de transculturación en su ensayo Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, concepto hoy integrado en el campo de la antropología y que enseguida recibió el apoyo del célebre etnógrafo y sociólogo Bronislaw Malinowski.  Con este término –que Ortiz proponía para sustituir el de aculturación–, quería «expresar los variadísimos fenómenos que se originan en Cuba por las complejísimas transmutaciones de culturas», las cuales determinan la evolución de lo cubano en todas sus manifestaciones y distinguen a la isla.

            Los brujos negros quedaba aún lejos de la madurez intelectual que refleja el concepto de transculturación y delata su carácter de obra temprana pese a su proclamado carácter científico. Resulta progresista en relación a su tiempo, pero fue superada por corrientes posteriores que combinaban un exhaustivo trabajo de campo con el análisis de los contextos económicos, de estadísticas fiables y con el estudio de las creencias religiosas y supersticiones desde diferentes disciplinas, como ya vimos al hablar de Moreno Fraginals. El interés de Fernando Ortiz por la etnología cubana dio numerosos títulos, entre los que destacan Los negros esclavos, el Glosario de Afronegrismos (1924), el citado Contrapunteo Cubano del Tabaco y del Azúcar, o los cinco volúmenes de Los instrumentos de la música afrocubana (1952-1955).

[1] Véase María del Rosario Díaz Rodríguez, «A ciento dos años de su publicación. Orígenes de Los Negros Brujos», Revista Librinsula, Biblioteca Nacional de Cuba: en http://librinsula.bnjm.cu/secciones/210/nombrar/210_nombrar_1.html

 

[2]  Idem.