
Elevated view of an unidentified group of vacationing Americans at a Sunday afternoon cocktail party on Casbah apartment’s roof terrace that overlooks the bay and harbor, Tangier, Morocco, 1950. (Photo by Jack Birns/The LIFE Picture Collection via Getty Images)
Hacía tiempo que no leía un artículo tan bien argumentado contra un escritor bien establecido y apreciado por prácticamente cualquier estamento cultural. En este caso, la figura de Paul Bowles y su relación con Tánger por parte de un intelectual nacido en Tánger, Hisham Aidi, con estudios en los USA y especializado en la cultura afro-árabe. Desde la perspectiva de la teoría poscolonial, utiliza como gancho la crítica feroz que en cierto momento hiciera el papa de la misma, Edward Said, al calificar a Bowles como «el peor» entre los escritores que favorecieron una visión, y una propaganda, distorsionadora de la realidad tanto de Marruecos como de sus habitantes; según Said, so capa de interés por el mundo y la cultura marroquíes creaba un producto de consumo de tipo orientalista.
Personalmente, el artículo no me derrumba ningún mito, ya que a partir de los últimos textos que he leído de Bowles, incluido el homenaje que un extenso grupo de amigos reunió en forma de librito por su ¿80? cumpleaños, para mí encarna sobre todo a un americano que escapó de Estados Unidos y descubrió en el Tánger de la Interzone una isla particular donde sus contradicciones personales, o sus deseos, coexistían sin fricciones capaces de producir el tipo de incomodidad, ¿y de ostracismo?, que habrían cosechado en su país, y tanto más en el periodo de la guerra fría y el maccarthismo. Muy probablemente, sobre todo, huía del tipo de maccarthismo y mitos americanos interiorizados.
La reflexión de Aidi resulta interesante como ejercicio extrapolable a las susceptibilidades que hoy provoca, por ejemplo, Handke, o en su momento dos escritores tan reconocidos como Vargas Llosa y García Márquez, los dos enemigos de la ambigüedad en política. Lo bueno del artículo es que nos lleva a recorrer los conflictos internos de Marruecos, tanto en relación a los regímenes autoritarios -monarquía alauita, panarabistas- como a la identidad e importancia que se atribuye a los bereberes. Nada de esto podemos saberlo si no es de fuentes marroquíes porque con la explicación surge la tensión en que se coloca el autor.
El error que se comete desde el poscolonialismo es que sus teóricos y practicantes también emplean herramientas de análisis y juicio de las actitudes, acciones y expresiones, artísticas y políticas, de los occidentales -y expresamente del grupo beat, el círculo de Bowles y su explotación del exotismo marroquí y disponibilidad sexual– desde una perspectiva que ignora la estructura del pensamiento en que se sustentan esas actitudes, acciones, etc.
«Bowles would settle in Tangier in 1947 and live there until his death in November 1999. It was where he felt most free, away from the constraints of American middle-class life and cold war hysteria. “Each day lived through on this side of the Atlantic,” he wrote in 1933, “was one more day spent outside of prison.”»
Creo que, aunque cite esta y otras reflexiones de Bowles sobre los motivos por los que escapó de Estados Unidos, eso no significa que entienda realmente sus motivos. Creo que convendría profundizar con detalle en cómo era la sociedad de la que huían para comprender que ni Bowles ni Borroughs llegaron a liberarse del todo. Dudo que, aunque hubiesen pretendido esa mudanza completa de su ser -la identidad de la que trata Bowles en Desafío a la identidad, justamente– lo hubiesen conseguido. Hay una porción de cada persona siempre alienada; y nada en una persona dentro de una cultura es del todo accesible para los instrumentos de análisis utilizados.
Es muy probable que Bowles haya sido durante cierto tiempo una figura aprovechable por la cultura occidental y por las elites marroquíes, pero eso no significa que sea el enfoque poscolonial el más certero para entender en qué consistió la experiencia de Bowles, al margen de su conversión en un icono de finales del siglo XX como ideal de liberación y florecimiento artístico, una mezcla de demonismo y glamour, un mito plenamente occidental.