Monkey Boy, de Francisco Goldman en Mercurio

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Ya puede leerse en Mercurio mi reseña de la última novela de Francisco Goldman, Monkey boy. No se ha traducido el título, me figuro que porque en español quedaría tan denigrante que, como suele pasar en España, perjudicaría a la imagen del escritor y distorsionaría la lectura.

Francisco Goldman quedó finalista en ficción del Pulitzer del año 2021. Almadía ha sacado una edición muy bonita del libro, que su autor define como novela con un importante componente autobiográfico. La traducción del escritor Daniel Saldaña París le va como un guante al perfil de Goldman. Pese a que ha tenido bastante suerte con sus traductores, por lo que he podido leer en reseñas como la del New Yorker, el inglés de Goldman presta atención al ritmo de la prosa, de ahí que a pesar de su afición a la acumulación de detalles –un poco a la manera de Philip Roth–, el lector se va dejando llevar. Con un elemento proustiano, pero sin melindres de alta cultura ni citas obvias, y chispas de humor, va construyendo una historia de familia que es también una historia de un periodo concreto de Guatemala y Estados Unidos y sus ecos en el presente del trumpismo. Recomiendo leer sus dos primeras novelas —La larga noche de los pollos blancos y Marinero raso (que he empezado hace poco y me ha dejado boquiabierta en su faceta conradiana) para formarse una idea clara de por qué se hizo un nombre tan pronto puso pie en suelo literario.

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Conviene no olvidar que el texto tiene sentido sobre todo en relación a la historia de Guatemala y a la de Estados Unidos y que no funciona solamente con respecto a los temas últimamente en discusión –racismo, emigranción, trumpismo, discriminación, feminismo, vulnerabilidad–. Aunque se trate de una novela que cierra la que el escritor ha llamado «trilogía de la intimidad», creo que es importante su valor testimonial por cómo recoge la experiencia de un ciudadano que aglutina en su identidad tantos aspectos que Estados Unidos, la versión oficial y caduca del país, la de los viejos wasp, tiene dificultades en integrar y darles la relevancia.

En la novela queda patente que el terror que provocaron las dictaduras tuvo un efecto colateral no sé si imprevisto pero sin duda mal controlado: la emigración de miles de personas hacia Estados Unidos y no solo hacia Suecia o España. Ahora bien, igual que emigraron o se asilaron muchos que eran perseguidos o se sabían destinados a figurar en la lista de indeseables de los gobiernos, también se instalaron en Estados Unidos, en mejores condiciones, personajes de las elites con intereses en la dictadura. Por uno de esos azares de la vida, me encontré en 1999 en Miami, en la fiesta de cumpleaños -no recuerdo si del señor de la casa o de su encantadora y pizpireta mujer, que tenían cuatro hijas cada una de las cuales parecía sacada de una novela diferente de Scott Fitzgerald– de un candidato a la presidencia de Guatemala. Sé de cierto escritor que no aceptó la invitación a la fiesta, aunque estudiar las dinámicas de relación y de reconocimiento de los verdaderamente ricos entre sí es lo que anduvo persiguiendo Proust toda su vida 😀 😀  La fiesta era en Coral Gables, zona lujosísima y de derechas, y en esa casa había un mueble alargado que recorría toda una pared donde los dueños exhibían un sinfín de figuritas auténticas de arte primitivo procedentes de excavaciones de su país. Eran, evidentemente, piezas, algunas solo miniaturas y nada muy grande, que no deberían haber salido del país de origen. La ironía está, claro, en cómo la dictadura guatemalteca tomó a la población india como blanco favorito de la llamada guerra sucia mientras sus simpatizantes o colaboradores o cómplices adoptan las imágenes glamurizadas del arte que los representa como testimonio de pertenencia y de vínculo con las raíces nacionales. En el mismo sentido entendí yo la presencia de una fotografía de gran tamaño en blanco y negro que imitaba una de las famosas imágenes de Rivera (ver abajo), de un artista muy conocido, el tipo de fotografía que se vendía aún en galería de arte. Venía con esta pareja de amigos una escritora brasileña ya madura, muy conocida, de conversación brillante y amena y que me pareció la prueba fehaciente de que una posición holgadísima sí ayuda a la felicidad y una parte de ella consiste en saber graduar a tu conveniencia la exposición al tipo de relaciones que se daban en la fiesta de Coral Gables.

diego rivera mujer vende alcatraces

Entrevista a F. Goldman por El arte del asesinato político (2009)

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Presentación
Francisco Goldman (1957)
es un prestigioso periodista y novelista nacido en Estados Unidos, de padre norteamericano y madre guatemalteca. En la década de los ochenta cubrió las guerras de Centroamérica. Actualmente, además de su trabajo literario, dicta talleres de Periodismo de Investigación en el Instituto de Nuevo Periodismo, fundado por García Márquez en Colombia. Su primera novela, La larga noche de los pollos blancos, fue llevada al cine por John Sayles con el título de Hombres armados, protagonizada por Federico Luppi.

El arte del asesinato político, primer libro de no-ficción de Goldman, es la ampliación del artículo Victory in Guatemala, publicado por The New York Review of Books en 2002. El artículo primero y ahora el libro en su versión castellana han obtenido una enorme repercusión en América. Es una vigorosa crónica informando del fin de la impunidad para los militares en Guatemala, después de que varios oficiales y un sacerdote hayan sido hallados culpables del asesinato del obispo Juan Gerardi Conedera y condenados a largas penas de cárcel.
larga nochepollosGerardi fue muerto a golpes la noche del 26 de abril de 1998, dos días después de hacer público el informe Guatemala: Nunca más, un extenso documento que probaba la responsabilidad del ejército en más del 90% de los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la guerra civil contra el pueblo de Guatemala. El obispo coordinaba la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala. La crónica de Goldman, escrita como una excelente novela de intriga policíaca, sigue el enrevesado laberinto de desinformación que puso en marcha el ejército tras la muerte de Gerardi para desprestigiar al religioso y que continúa aún después de las condenas. Se presentaron hipótesis absurdas para confundir a la opinión pública: desde un crimen pasional entre homosexuales a una red de secuestradores que traficaba con arte sacro, descubierta por Gerardi. Se dieron como sospechosos del crimen desde un indigente drogadicto a un viejo perro enfermo. Pero la investigación independiente, realizada por los investigadores de la ODHA, que usaban el apodo humorístico los Intocables, y el trabajo de fiscales, jueces y periodistas que pelean por un sistema democrático en Guatemala, ha permitido descubrir la extensa trama de corrupción, miedo y enriquecimiento ilícito puesta en pie por el ejército guatemalteco, un residuo peligroso de los largos años de feroces dictaduras ultraderechistas en el continente latinoamericano.
El arte del asesinato político debe entenderse como un triunfo del periodismo de investigación y de la voluntad política de una serie de profesionales de la ley. Tanto Goldman como los responsables de la investigación independiente, y testigos principales, soportaron amenazas que ponían en riesgo sus vidas.

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Una imagen reciente de Francisco Goldman

–La publicación de El arte del asesinato político, ¿Quién mató al obispo? en castellano llega con noticias muy alentadoras sobre la resolución del caso Gerardi. ¿Crees que, por fin, en Guatemala se ha acabado la impunidad para los militares responsables de crímenes? ¿Verdaderamente se abre una nueva época?

Si en algún momento se abrió una nueva época, fue en 2001, cuando las primeras condenas en la causa por el asesinato de Gerardi. Por primera vez en la historia de Guatemala, oficiales militares fueron declarados culpables de participar en un asesinato por motivos políticos. La cuestión siempre ha sido saber si esas condenas fueron una anomalía o sentaron un auténtico precedente. Nadie cree que en Guatemala la impunidad vaya a terminar de hoy para mañana. Hay demasiado miedo y las mafias del crimen organizado –especialmente las relacionadas con los narcos, lleven uniforme militar o no— están demasiado profundamente arraigadas en el país, y tienen demasiado poder. Pero en los últimos años, hemos visto que se producían una serie de cambios que afectan a la impunidad de la clase política y militar y hay incluso varios casos en marcha. El caso Gerardi es una piedra angular en estos esfuerzos. No obstante, es importante recordar que, de los distintos casos en marcha, ninguno, ni siquiera el de Gerardi, ha tocado a nadie verdaderamente poderoso o que pudiera ser un narcotraficante, por ejemplo. Si en el caso Gerardi se llegara a dar con los hombres de más poder que actuaron entre bastidores en este asesinato, la diferencia sería enorme. Si sigue adelante el caso contra el general retirado Otto Pérez Molina por el brutal asesinato, durante los años de guerra, del líder guerrillero Efraín Bamaca, como bien podría suceder –-me refiero al famoso caso promovido por la viuda de Bamaca, la abogada norteamericana Jennifer Harbury–, entonces también será posible procesar a uno de los hombres más poderosos de Guatemala, un hombre que está en el poder en la actualidad, no a un dinosaurio del viejo régimen de terror.

Juan Gerardi retrato

Imagen oficial de monseñor Gerardi

Ahora, con la nueva crisis provocada por el asesinato del abogado Rodrigo Rosenberg, que dejó grabado un vídeo en el que acusa al presidente Colom y a su esposa de estar detrás de su asesinato, Guatemala vuelve a estar sumida en una crisis muy grave. Pero esta crisis también representa una gran oportunidad porque el CICIG, la comisión de la ONU encargada de investigar y de reunir pruebas en casos relacionados con el crimen organizado y con los grupos clandestinos en Guatemala, ha aceptado hacerse cargo del caso Rosenberg. Así que es muy posible que se resuelva y se actúe con bastante rapidez. Lo más inteligente que puede hacer ahora el gobierno Colom es mantenerse al margen de la investigación e intentar apoyarla en todo lo posible sin interferir. Pero, una advertencia: aún no se sabe quién estaba realmente detrás de estos asesinatos, o del vídeo. Hay personas con una reputación realmente siniestra involucradas, y esto incluye a un hombre, Luis Mendizábal, un veterano conspirador que actuaba como agente de desinformación en el caso Gerardi, y que bien pudo haber tenido una participación mucho más importante. La posible relación de Mendizábal con ambos crímenes podría resultar de gran trascendencia.

En las dos últimas semanas han sido asesinados testigos potencialmente clave en ambos casos, Gerardi y Bamaca. Y se da la coincidencia de que el general Otto Pérez Molina ha sido relacionado con ambos crímenes. Colom derrotó a Pérez Molina en las últimas elecciones. Y ahora Pérez Molina se encuentra entre los que más ruidosamente intentan capitalizar la crisis actual, pidiendo a Colom que renuncie a la presidencia –algo que Colom no debe hacer, porque sería una especie de golpe de Estado, que es lo que parece que Pérez Molina y la derecha quieren provocar. Colom debe seguir en el gobierno y permitir que la investigación independiente realice su trabajo, aun sabiendo que van a caer  algunos miembros de su propio gobierno, si es que no cae él mismo y su esposa. Ya lo veremos. Seguro que habrá sorpresas. Los asesinatos políticos en Guatemala casi nunca son lo que a primera vista parece.

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Homenaje por el aniversario del asesinato

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Imagen de Goldman en la promoción de su novela «Marinero raso» -1998, en la época de los hechos del caso Gerardi

El arte del asesinato político jugó un importante papel en la derrota del candidato de la derecha, Pérez Molina, en las últimas elecciones presidenciales en Guatemala. ¿Lo consideras un triunfo personal tras ocho años de trabajo en este caso? ¿Por qué decidiste mantenerte al margen cuando te pidieron que intervinieras en la campaña electoral?

Escribes un libro, lo sacas al mundo y la verdad es que ni se te pasa por la imaginación el uso que pueden darle y tienes poco control sobre él. Uno de los principales testigos en el caso Gerardi identificó al general Pérez Molina como implicado. El jefe de policía de investigación en la MINIGUA (Misión de las Naciones Unidas para Guatemala o United Nations Verification Mission in Guatemala), el español Rafael Guillamón, consideró creíble la acusación. Es un hecho que yo recojo en el libro, pero que en la versión en inglés ocupa dos líneas como mucho. Sin embargo, la prensa guatemalteca y muchas personas en el país lo utilizaron en la campaña por las elecciones, donde Pérez Molina era uno de los principales candidatos. Luego, las reacciones del propio Pérez Molina a los alegatos, y una serie de pruebas que surgieron posteriormente y que podrían corroborarlo, aportaron mayor credibilidad a estas acusaciones, de modo que ahora Pérez Molina está siendo investigado por el Ministerio Público de Guatemala. Le corresponde al sistema legal establecer la verdad de los cargos, como hizo precisamente en el caso Gerardi.

     Yo nunca busqué que mi libro se identificase con ningún partido político o candidato guatemalteco, por eso cuando me pidieron que interviniera en la campaña a favor de Colom, o que celebrara conferencias de prensa días antes de las elecciones, no acepté. Me alegro, sin embargo, si el libro ha contribuido, aunque sea en una mínima parte, a la derrota de Pérez Molina, porque su victoria habría sido un desastre para Guatemala, mayor incluso que el que ahora estamos viendo. Varios miembros del CICIG me dijeron que sería muchísimo más difícil continuar con su trabajo en una Guatemala gobernada por Pérez Molina.

¿Qué queda de la figura de Monseñor Gerardi, fundador de la ODHA, doce años después de su asesinato? ¿Cuál es su legado?

– Su legado es que no se puede despachar el pasado como un asunto de conveniencia política y que tiene que haber responsables, especialmente cuando un buen número de los que cometieron los crímenes en el pasado continúan siendo figuras con mucho poder en la actualidad. El legado de Gerardi es múltiple: porque gracias a su trabajo y el de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado (ODHA) en el Proyecto de Recuperación de la Memoria Histórica, la amnistía que los militares se autoconcedieron por crímenes contra los derechos humanos fue retirada bajo la ley internacional. El caso Gerardi es por sí mismo un legado importante.

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Claudia Méndez Arriaza, periodista y traductora del libro al español

–¿La decisión de atacar al obispo guarda relación con la presencia cada vez mayor de las iglesias protestantes en América Latina? ¿Interesa a los militares debilitar a la Iglesia católica?
–Los militares sabían que era un asesinato que podría utilizarse para desacreditar a la Iglesia y contaban con que también a Gerardi y el Informe REMHI. El asesinato fue prácticamente planeado de modo que, cuanto más se esforzara la Iglesia por hallar la verdad o defenderla, más secretos y más escándalos terminarían saliendo a la luz. No tenían mucho por dónde atacar a Gerardi; en cambio, sabían que tenían una mina de oro en el padre Mario Orantes –el sacerdote auxiliar, que compartía la parroquia con el obispo— y en su protector, el canciller de la Curia, monseñor Efraín Hernández. Orantes está en la cárcel, fue condenado por el asesinato, y merecidamente, junto con los militares. Pero lo importante en mi libro es ver cómo se desarrolla el propio caso, cómo va complicándose y todo está conectado. Por esa razón lo escribí como una novela, y por eso no quise aislar ningún aspecto de los demás. Aunque, como dice en el libro Mynor Melgar, el abogado coordinador de la ODHA: «Cuando los militares vieron con quién compartía parroquia Gerardi, seguro que se sintieron como si les hubiese tocado la lotería».

–Es sorprendente el apoyo que recibió el arzobispo Próspero Penados de Juan Pablo II, conociendo su anticomunismo y la poca simpatía que le merecía la Teología de la Liberación, de la que Gerardi parece que fue miembro, aunque de los más moderados.
Juan Pablo II era anticomunista, pero no estaba dispuesto a mirar hacia otro lado mientras sus sacerdotes, sus monjas y trabajadores religiosos estaban siendo brutalmente asesinados en las montañas de Guatemala, ni a callar sobre lo que ocurría con sus párrocos mayas. Aquí, lo que mencionabas antes, la alianza del ejército, sobre todo durante los años de guerra, con los protestantes evangelistas pudo influir en la postura del papa. Además, Juan Pablo II apreciaba a Gerardi, porque hacía años que lo conocía, desde el Sínodo, cuando era obispo de Cracovia.

Papa y Gerardi

Juan Pablo II y monseñor Gerardi

–Apenas se conoció la noticia del asesinato de monseñor Gerardi, ya se puso en marcha la maquinaria de desinformación oficial, para confundir y desprestigiar al obispo, aunque todo el mundo daba por cierto que era un crimen político. Primero se presentó como principal sospechoso a un indigente mientras se hacían correr rumores de que había sido un crimen pasional entre homosexuales. Por si fuera poco, alteraron el escenario del crimen. En una operación orquestada al detalle desde días antes, ¿cuál fue el fallo principal?

-¡Planeada desde meses antes! Los asesinos estuvieron tan cerca de salirse con la suya, y era una historia tan increíble, y precisamente por eso, como suele ocurrir en las mejores historias de serie negra, los elementos eran complejos y estaban conectados. Era un verdadero rompecabezas. Pero yo siempre he dicho que si el taxista que llevaba a los travestis a un bar el domingo por la noche no se hubiese equivocado de calle, y no hubiese pasado junto a la iglesia minutos después de que asesinaran a Gerardi, este caso quizá nunca habría llegado a los tribunales.
Y creo que los criminales nunca habrían podido imaginar la fuerza moral, el valor y la tenacidad de los jóvenes investigadores y abogados de la ODHA, ni tampoco imaginaron que iba a aparecer un fiscal como Leopoldo Zeissig, que, según Guillamón, es el verdadero héroe del caso Gerardi.

–Muchos testigos que se decidieron a hablar, y también los investigadores, tuvieron que exiliarse porque sus vidas y las de sus familias corrían peligro. ¿Cuál es el caso más dramático de todos? ¿Tienen alguna esperanza de regresar a Guatemala?
-Todos fueron dramáticos de diferentes maneras. Pero bastantes hay regresado ya. Dos fiscales, tanto Zeissig como su predecesor, que estuvo a punto de emitir órdenes de arresto contra militares, y le dejaron claro que iban a secuestrar a sus hijos, se exiliaron. Pero los dos están ya de vuelta, y Zeissig incluso vuelve a trabajar en el Ministerio Público. Los casos del taxista y del testigo militar, Aguilar Martínez, son también muy dramáticos, y dudo mucho que regresen a Guatemala.

–El padre Mario Orantes, condenado a 20 años de cárcel por su implicación en el crimen, es uno de los personajes más inquietantes del caso. Desde el principio parece acusarse con su actitud tan sospechosa.

Sí, no puede ser más culpable. Y siempre ha mantenido un completo silencio. El que no hiciera ningún esfuerzo por defenderse a sí mismo lo dice todo. Un caso criminal como éste posee vida propia y sólo puede entenderse en función de la personalidad de las personas involucradas.

perro sospechoso

¡Hasta el perro, viejo y enfermo, fue considerado sospechoso por la investigación oficial!

–Hay varios episodios chuscos dentro del caso, como cuando las fuentes oficiales aseguran que el sospechoso más creíble de la muerte de Gerardi era un pastor alemán, viejo y con artrosis, Balú, propiedad del padre Orantes. El forense español, que insistía en acusar al perro del asesinato de Gerardi, parece demostrar las conexiones del viejo fascismo español con las dictaduras latinoamericanas.

–Sí, eso parece. Tienen una historia parecida. Sin duda, el forense es un personaje muy excéntrico. Una de mis partes favoritas de esta aventura es cuando lo visitamos en su museo en Madrid.

–Hay un personaje significativo dentro de toda la historia, Claudia Méndez Arriaza, la joven periodista de El Minuto, que también ha traducido el libro al castellano. Amparándose en su juventud, consigue que al coronel Lima suelte la lengua. Lima realiza entonces unas declaraciones que se entendieron como una advertencia a los responsables intelectuales en la sombra de que no iba a resignarse a ser un chivo expiatorio. ¿Cuál es la situación de Claudia Méndez en cuanto a su seguridad?

–Claudia quería traducir el libro. Necesitábamos a un traductor que conociera el caso, la terminología legal de Guatemala, acrónimos, etc. Ha realizado estudios de Literatura en Nueva York y contó con la ayuda de los editores de Anagrama. En la actualidad, informa sobre casos que, dado el clima actual en el país, resultan más peligrosos que el caso Gerardi, y lo cierto es que posee un perfil de alto nivel como reportera en Guatemala.

–En el arte del asesinato… vemos que varias personas de mucha confianza del padre Gerardi eran gente peligrosa, como la China, la guapa hija secreta de monseñor Hernández, canciller de la Curia, que pertenece a una banda de secuestradores y también traficaban con arte sacro.

–Sí, el canciller de la Curia, que era el protector de Orantes y casi una figura paterna para él. Representan las viejas maneras del sector ultraderechista de la Iglesia católica de Guatemala, muy cómodo con el poder militar establecido; son personajes muy folclóricos, parecen salidos de una vieja novela del Boom. Eran más o menos corruptos y de moral dudosa en varios sentidos. El gran error del arzobispo Penados fue permitir que Hernández llegara a ser tan poderoso, y por supuesto haber destinado a Orantes a la misma parroquia que su obispo políticamente más importante y esencial, Gerardi. Creo que el sentimiento de culpa por un error así lo mató; puede decirse que murió de depresión, con el corazón roto.

–Hay ya varios oficiales condenados como responsables del asesinato, pero las muertes continúan. Sigue habiendo coacciones a testigos e investigadores, y amenazas contra familiares directos de quienes trabajan en esclarecer el caso.

— Bueno, el ejército de Guatemala y sus aliados tienen dos maneras de tocarte:

  1. Físicamente: te amenazan, te persiguen, te matan.
  2. Psicológicamente: tejen propaganda sucia sobre ti y los tuyos.

Más de veinte personas relacionadas con el caso han sido asesinadas; evidentemente, no todas lo estaban directamente. Pero la mayoría de crímenes, como el más reciente, el del coronel Roberto de la Cruz Prado, un testigo potencial de crucial importancia, han sido estratégicos, pretender llevar el caso en una dirección determinada. Y los asesinos también han “mordisqueado” en las orillas del caso, matando a figuras relativamente periféricas. No tendría sentido matar a alguien si al hacerlo lo único que consigues es más presión legal, más investigación sobre ellos. El caso Gerardi se volvió peligroso de verdad tras las condenas de 2001. Algunos organismos y personas concretas han luchado desesperadamente para conseguir que el caso siga adelante. Para poder llegar hasta otros implicados, incluso hasta militares sumamente poderosos y cargos políticos. Es necesario llegar hasta el final. Hay muchas razones para ello.

Gerardi y amigo

Monseñor Gerardi y uno de los protagonistas de la investigación, Ronalth Ochaeta

–Sueles hablar del miedo y hace poco decías que, al menos en lo que a ti se refiere, ya no hay motivos para dejar de ser intrépidos. Pero ¿no crees que en el periodismo de investigación que tú practicas el miedo es un valor necesario?
–Sí, el miedo está ahí. Todos los que participaron en este caso han tenido que aprender lo que es convivir con el miedo. Todos los profesionales de la justicia comprometidos en esta historia han tenido que soportar un nivel de amenazas y actos de intimidación difíciles de imaginar. Me impresionó muchísimo la manera de llevarlo de muchos de ellos, con humor, con mucho humor negro, y firmeza. Me impresionó y me inspira mucho.

-El arte del asesinato político tiene un final más esperanzador que La larga noche de los pollos blancos, que también trata de un complejo crimen en Guatemala. ¿Es realmente así?

–Bueno, una es una novela, y pese a lo que sugiere el final, no estoy hablando sobre el futuro político de Guatemala. La historia de Gerardi es la narración de un caso criminal que, asombrosamente y contra todas las circunstancias, ha tenido éxito.

–Precisamente éxito que ha tenido en Estados Unidos tu libro, donde además de los elogios unánimes, ha optado al Premio Warwick, compitiendo con Naomi Klein y Vila-Matas, ¿sirve para blindarte en Guatemala?

-Bueno, gané dos premios, sí. Y el jurado me escribió para decirme que oficialmente quedé en segundo lugar en el Premio Warwick que llevaba, imagínate, un premio de 50.000 libras. La gente más peligrosa de Guatemala, igual que en México, no es que se deje impresionar por los premios literarios. Es de los muy pocos admirables ejemplos que nos dan, supongo.

–¿Cuándo decidiste que el reportaje «Victory in Guatemala», publicado en The New York Review of Books en 2002, debía convertirse en un libro?

–Conforme pasaban los años, estaba convencido de que nunca sería un libro, porque no quería escribir otra crónica de un fracaso. Porque todos pensábamos en algún momento durante el proceso de apelaciones, que un tribunal corrupto o intimidado iba a darle un vuelco a los veredictos. Cuando en 2005 el Tribunal de Apelaciones confirmó los veredictos de condena, supe que tenía que escribirlo.

–El miedo es una referencia constante cuando hablas de Guatemala. En El arte del asesinato político, en una escena impactante, nos describes a una campesina maya con una mirada cargada de terror. ¿Guatemala va a dejar de ser por fin El país del susto?
No, sigue siendo un lugar espantoso. Hay demasiada violencia, delincuencia común y crimen organizado, y recientemente incluso se está dando un aumento de los crímenes políticos. Por término medio, cada día mueren asesinadas más de 20 personas, eso es más que en Irak. El 98% de los crímenes queda impune, de manera que sí, Guatemala sigue siendo el país del susto.

–Optas por un estilo muy periodístico, sin adornos literarios para transmitir la máxima credibilidad a los datos de la trama. Pero es inevitable leer El arte del asesinato político como una novela, por la riqueza de los personajes, los golpes de efecto que llegan al descubrirnos las conexiones inesperadas entre ellos. Por momentos me recordó al Roberto Bolaño de Los detectives salvajes y de 2666, por esa manera de colocar a todos los personajes al mismo nivel y crear una polifonía de voces y destinos. Hay quien ha visto ecos de Graham Greene, de Le Carré… ¿Pensabas en algún escritor como modelo al escribir esta crónica?

-Pero la buena literatura no debe tener adornos, ¿verdad? La verdad es que no tenía modelo. El único libro que leía a veces, por lo limpio y concreto del estilo, es The Michael X Murders, de V.S. Naipaul, una larga crónica publicada hace décadas en el New York Review of Books. Tengo una tonelada de admiración por 2666 y por Bolaño, pero cuando leí 2666 en el verano de 2005 ya había encontrado mi manera de escribir este libro. Aunque quizá sí, de alguna manera, me prestó algo de la energía narrativa demónica de ese libro, esa polifonía que también intenta dar vida a lo concreto, los detalles, que es como intentar hacer bailar las tumbas en un cementerio o algo semejante. Al final de las cosas, un crimen como el asesinato de Gerardi y los asesinatos de Ciudad Juárez comparten cierto parentesco, nacen del mismo lado oscuro y sórdido del poder y del ser humano, de una parecida corrupción y cinismo. La atención que implica narrar un caso legal como éste, o narrar todas las muertas de “Santa Teresa” como Bolaño lo hace en 2666, es expresión de una casi mística creencia en la dignidad humana, o simplemente en la vida, y la enorme tragedia de perderla antes de tiempo.

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George Clooney es productor del documental (imagen de LA Times)

The Art of Political Murder en HBO

Ayer estuve viendo el documental inspirado en la crónica que el narrador y periodista de origen guatemalteco Francisco Goldman escribió con este título: The Art of Political Murder, que en español publicó Anagrama, su editor habitual hasta entonces, El arte del asesinato político. ¿Quien mató al obispo? Se trata de la crónica de las increíbles vicisitudes y peripecias en torno a la investigación del asesinato de Monseñor Girardi, personaje muy respetado en su país y promotor de una investigación en torno a la acción de los paramilitares durante la guerra sucia contra la población que se oponía al gobierno militar y a sus excesos (los lectores más jóvenes probablemente ignoran el contexto de las dictaduras en América durante los años 70, auspiciadas y muchas veces financiadas por Estados Unidos). Este asunto de los excesos policiales ha inspirado numerosos libros, entre ellos dos títulos muy notables de más-o-menos-ficción, el de Rodrigo Rey Rosa, El material humano, y el de Castellanos Moya, Insensatez.

Entrevisté a Goldman sobre el caso Gerardi, la investigación y la concepción del libro; el texto se publicó en Periodismo humano, pero han borrado la página –la revista parece haber desaparecido–, así que la publicaré en entrada aparte.

funeral gerardiMultitudinario funeral de monseñor Gerardi