Almudena Grandes

Una pena que no haya superado el cáncer, Almudena Grandes es la persona que una asocia a la vitalidad. Era como Balzac y de Balzac no nos importan las metáforas o la falta de ellas sino la arrolladora vitalidad que es capaz de trasladar a sus ficciones y cómo reflejan momentos clave de la historia. Se puede decir: no es escritor o escritora para mí, prefiero otros géneros, otros estilos, pero no tiene sentido denostarla como si ella hubiese intentado alguna vez el cambalache de creerse, qué sé yo, ¿Coetzee? ¿Dante? Forma parte del tipo de escritores que tienden puentes entre la literatura comercial y la gran literatura y que llevan a escritores, y a los lectores, hacia la literatura más compleja a fuerza de hacerles perder el miedo a la complejidad de la construcción literaria.
En la charla de presentación de su novela, La madre de Frankenstein –o cualquier otra–, es imposible no quedar prendados de su simpatía y de su apasionamiento por lo que cuenta. Al hablar de la locura en la España franquista, no puede obviarse a Carlos Castilla del Pino y sus interesantísimas memorias, Pretérito imperfecto, al que Almudena Grandes homenajea con su característica elocuencia.

 

 

«Pareja, espectro» en Mercurio

Meta portrait

Meta Carpenter en el momento álgido del romance con Faulkner.

Ya puede leerse la reseña de Los días perfectos de Jacobo Bergareche en Mercurio. También es posible descargarse el número 216 de la revista.
Las novelas de Faulkner Las palmeras salvajes y El sonido y la furia tienen cierta relevancia en la cavilación del protagonista. Es interesante su propuesta de un nuevo romanticismo.

Por cierto que el famoso lema-interrogante: Entre la pena y la nada… es el núcleo de otro diálogo significativo, el que escenificaban Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg en el idilio más cool de la nouvelle vague, el de la primera película de Jean-Luc Godard, À bout de souffle.

Fragmentos de un discurso amoroso

El valor y el interés de una novela crece con los ecos que es capaz de despertar, las reflexiones que detona. Así sucede con una novela breve que acabo de terminar, Los días perfectos, de Jacobo Bergareche, publicada por Libros del Asteroide (una editorial en la que no he leído todavía nada malo, ni siquiera aproximadamente malo). Aunque no es una novela redonda, lleva a recordar los amores de William Faulkner con Meta Carpenter y su nidito de amor en Hollywood –el ático del hotel representado en esta postal vintage–, que brinda la metáfora de todo el relato; las alusiones al Pedro Salinas de La voz a ti debida señalan otro punto cardinal del texto, en forma de misiva más o menos amorosa, y que en conjunto resulta una aportación contemporánea a un libro siempre moderno, Fragmentos de un discurso amoroso, de Roland Barthes.

Las defensas, de Gabi Martínez, Balzac en Barcelona

En otro post observaba que ya son muchas las novelas que se inspiran en la obra de Philip Roth. Pocas lo declaran de entrada como esta de Gabi Martínez. Tenía mucho interés en leer algo de él, por su perfil viajero pero en lugar de proceder ordenadamente, me lancé de cabeza a este título, del que me llegaban noticias en Francia del entusiasmo que estaba despertando. Los franceses suelen admirar la elaboración estilística, el trabajo de lenguaje, así que supuse que esta novela iba por ahí.

Y no, la novedad resulta de otros elementos. Martínez narra la historia de un médico en Barcelona que sufre una extraña enfermedad que afecta a su salud mental pero él está convencido de que sufre la enfermedad que es objeto de su especialidad y de la que –si no recuerdo mal– no tienen casos para profundizar en la investigación, de carácter muy puntero. Es un hombre de orígenes modestos que buscaba, como los hombres de su generación, en la profesión de médico una forma de superar esos orígenes pero es también y ante todo un investigador de vocación. Está convencionalmente casado con una mujer que soñaba con un médico ambicioso, tiene dos -o tres- hijas y las relaciones con sus progenitores son complicadas. La enfermedad trastoca su destino y su esfuerzo va dirigido a demostrar que no se trata de trastorno bipolar.

Así contado, tramposamente resumido, no parece que los lectores vayan a lanzarse a leer el libro. La estrategia narrativa de Martínez es la de Philip Roth en sus grandes novelas: el autor profesional se hace portavoz de la historia de un personaje relativamente normal que debe hacer frente a una situación extraordinaria durante la cual se ve sometido a una injusticia de signo trágico. Tanto el autor como el médico protagonista se encomiendan a Roth, al que se cita profusamente. Sin embargo, lo que creo que consigue en Las defensas es una novela balzaciana en su panorámica y vívida representación de la sociedad barcelonesa: edades, profesiones, clases sociales, ambiciones, migraciones, conflictos…

De otro lado, hay dos líneas que son las que destinan esta novela al cajón de las obras de referencia de una época: es la historia de un acoso y de un hombre derrumbado por ese acoso. En tal sentido, está muy bien dosificado el tema al presentar al artífice de este ataque como un individuo encantador que finalmente desvela su capacidad y su poder para arruinar la vida de alguien que no se tiene más que a sí mismo. Enlaza con el perfil del personaje en cuestión su condición de «residuo» del viejo esquema franquista y son muy ilustrativas del modus operandi las páginas donde se relata cómo consiguió el cargo, su forma de controlar el cotarro al imponer a una mujer menos que mediocre pero de lealtad zorruna.

El otro asunto de gran relieve es, claro, el de la investigación clínica de una enfermedad que afecta al cerebro, que da pie a cierto debate –sin que nadie por aquí haya recogido el guante ni suscitado cualquier discusión entre los profesionales afectados– sobre la relevancia o futilidad del psicoanálisis y de la psicología –aunque el protagonista, como es ya un tópico en las últimas décadas, se inclina por esta tesis, la novela con su construcción de una «conciencia» –y otras de menor protagonismo- refuta la mayor; para ser del todo coherente, debería haber creado una narrativa y una polifonía de voces, es decir un texto capaz de esquivar con éxito los conceptos y símbolos del psicoanálisis. Algo prácticamente imposible en una novela que, en gran medida, trata del acoso y, con ello, de la castración psicológica, del pánico resultante que desata la enfermedad objeto del relato.

Las defensas es muy adictiva en su primer largo tramo, pero en el centro de la narración el relato semicostumbrista/naturalista de los usos profesionales y sociales de los personajes se hacen pesados, aunque no puedo decidir si la fidelidad al retrato de la sociedad de clase media barcelonesa que, por conocido, me ha sobrado. La narración acompaña al protagonista obviando aspectos que a los lectores pueden escamarnos, así la descripción de las mujeres. En la obra de Roth los personajes manifiestan, y es talento del escritor, una energía sexual que es el motor de sus actos. También Roth se mostraba escéptico frente a los análisis e interpretaciones de corte psicoanálitico a la vez que ofrecía filones para los interesados, sin construir nunca peleles o tipos. En Las defensas se refleja muy bien, demasiado bien, esa molesta condescendencia masculina hacia las mujeres, a las que se describe siempre en función, y exclusivamente en función, de su relación con el protagonista que, por otro lado, no logra interesarme.

Una novela con elementos que la hacen imprescindible en nuestro panorama pero que no acierta a crear el tipo de personaje –entiendo que hay bastante ficción y que los hechos documentados están en parte sometidos a las necesidades del relato y de las intrigas– que despierta y mantiene mi interés.