«Mar», Jot Down 36

JotDown 36 cover

Ya ha salido el número especial, «MAR», de Jot Down, el número 36. Estoy muy contenta de haber podido participar en este homenaje. Veréis que el resultado es excepcional, tanto en artículos, entrevistas y crónicas como en imágenes.
He contribuido con un extracto de la novela La playa (una sección que seguro que a Padura le resultará familiar y por eso la he elegido). Creo que el texto resiste bien el tiempo.

Os dejo con la banda sonora del fragmento, que una playa valenciana de 2002, antes del bombazo de la crisis era todo alegría y jolgorio y pereza política: 😀 😀

Parásitos, cínicos y bufones… toma el dinero y corre

A la hora del aperitivo, que no me estaba tomando, he leído la noticia del premio nacional de narrativa a la Morales por Lectura fácil, no me ha sorprendido en demasía que se lo dieran a alguien under 40 ni que se tratara de una mujer, pues es lo que este año dicta la corrección política**. El artículo venía con unas explosivas manifestaciones sobre los fuegos en Barcelona:

«Es una alegría ver el centro de Barcelona, las vías comerciales tomadas por la explotación turística y capitalista, de las que estamos desposeídos quienes vivimos ahí. Es una alegría que haya fuego en vez de tiendas y cafeterías abiertas», ha subrayado desde Cuba en declaraciones a Europa Press.

Según ella, esa explosión en las calles del centro eran una manifestación de, no te lo pierdas, turismofobia. Fíjate, que no supe yo verlo, tan lista como soy, tan lista como me creo. Toda la chavalería y los viejos capitanes del catalanismo pre-transición llegados de las comarcas, a autopista traviesa, el espectáculo del aeropuerto del Prat colapsado, las farmacias cerradas porque el seguro no es seguro que pague estos desperfectos, los pisos del entorno de plaza Urquinaona ahumados por los contenedores en llamas, todo eso era, ya en octubre, no en pleno julio o agosto, ni en septiembre cuando aún hace calor y hay que empujar a los guiris para que te permitan llegar a tu destino si se te ocurre pasar por Ciutat Vella, legítima turismofobia. ¿Los Jordis y resto de presos del Procès? ¡bah, contubernio entre élites! Vale, pero es que han pasado en la cárcel también el invierno: pues eso, un refugio out of Barcelona contra el turismo. Abrigaditos y con wifi, ¿qué más quieres? Bueno, quizá todos queremos poder ir a La Habana en otoño, en lugar de estar aquí cuando cae una dana y hay que ir cerrando puertas y ventanales para que el aguacero no inunde el piso.

Me ha hecho gracia que el artículo –de agencia, parece, pues lo han repetido casi letra por letra los diversos diarios, a los que he acudido a ver si alguno me despabilaba del pasmo– planteara la posibilidad de que esta mujer tan, tan, tan… tan todo, renunciara a un dinero que viene, se desprende de sus declaraciones, manchado por los «despachos» donde se toman decisiones tan políticas como esta misma de premiarla a ella en lugar de señalar, mediante ese galardón, nacional y de narrativa, a algún novelista con un libro bien cuajado que refleje, para variar, un mundo civilizado. Se me ocurren varias novelas que he leído a lo largo de 2019; destacaría La escapada, de Gonzalo Hidalgo Bayal, que salió en la editorial Tusquets, ya dentro de Planeta, lo cual es mérito añadido. O la de José María Conget, El mirlo burlón, en Pre Textos, una editorial de calidad con escritores mucho menos publicitados de lo que merecen. Las dos son novelas que piden lectores a los que les guste leer porque no te echan unos fuegos artificiales cada página, ni cada capítulo, y sin embargo son un par de  novelas de las de quitarse el sombrero [ese sombrero imaginario que nos cubre también la imaginación, para que no se nos quede tiesa de frío y abandono con tanta bobada como toca leer cuando te dedicas profesionalmente a esto]. Ambas se sostienen única y exclusivamente en el estilo, es decir en el control de ese estilo, en la dosifición de la información, de las explicaciones y del alarde técnico, para no ir de guapos, no ir de me sé el boom y el posbum, con objeto de relatar una historia de y para personas como cualquiera, y al mismo tiempo muy generacionales, plantando unos personajes a los que dignifica no su trayectoria sino el talento del escritor, personajes que representan a personas que están en el mundo diría que poéticamente, a fuerza de resistencia y a fuerza de renuncia. En algún momento, resistencia y renuncia se reflejan  como espejos enfrentados.

No, claro, cómo va a renunciar, por mantener el concepto, a ese dinerito si tampoco renunció al Herralde, ni echó en cara al editor Herralde ni su lugar de residencia ni su condición de élite.  Pero saquemos punta al concepto élites, al concepto radical, al de novela social. Discute en su discurso esas etiquetas pero cuando tiene que contar dónde arraiga su novela, nos cita al tonto de la novela de Faulkner, o al tonto de la novela de Miguel Delibes –dejo que los lectores de este post busquen en su memoria de qué novelas se trata–, es decir el canon. Puro canon, guiño de profesional. Pero sí, somos radicales y antisistema y por eso dentro del jurado del herralde está el «catedrático» Gonzalo Pontón, miembro como la Morales del antisistema más radical que quepa imaginar: editor muy solvente, pero a quien el apellido paterno le ha abierto las puertas necesarias para que su mérito intelectual no se vea pisoteado y su trayectoria hundida por cátedros y editores de probada vileza. Lo mismo cabe decir del resto de componentes del jurado: todos desconocidos, todos muchachos harapientos, enfurecidos y líricos como poetas imberbes en una ópera de Brecht, todos reclutados del otro lado de alguna barricada en llamas, adoquín en mano.

Gonzalo Pontón Jr. publicó tiempo atrás en El país un artículo que provocó cierta polvareda titulado algo como «mueran los autores«. Parece que ya puede estar tranquilo: sustituidos por bufones –con sus cualidades naturales: cinismo, charlatanería, desfachatez y vanagloria– se extinguen o se ocultan.

** Cuando escribí este post no sabía que el jurado del Nacional de Narrativa lo integraban Almudena Grandes e Ignacio Echevarría. Dado que a Cristina Morales la publicó por vez primera Bértolo, no me extraña este veredicto. Me consta que a Echevarria le importa un pimiento la precariedad que nos ha caído a algunos profesionales del sector –ni siquiera hablo de «escritores, ni de plagios obra de «leyendas» de la literatura española–, a resultas del pésimo hacer de ciertos editores, profesores y críticos; de ahí el evidente cambio de opinión que puede advertirse en mis comentarios sobre él. Como muchos, lo tuve durante largos años como un valor de referencia, pero me río de lo que pueda acongojarle o preocuparle la pobreza, la precariedad de alguien con quien no tenga vínculo directo. La opinión de otros cantores, bien instalados, de C. Morales no tiene valor ninguno pues conozco demasiado bien sus chanchullos, grandes y menores.