
Tengo pendiente hablar de varios libros más o menos logrados que he podido leer en los últimos meses. Mientras tanto… señalo que por fin me llegan dos novelas (¿o memorias?) que parecen muy prometedoras, para remontar no solo la fatiga pandémica sino la fatiga existencial de tener que preparar un informe sobre el plagio y sobre la tendencia cada vez más evidente de destrozar argumentos/tramas/novelas que podrían haber sido mejores de no haberse escacharrado por la ambición de destinar el texto/engendro a su adaptación para serie de televisión.
Bienvenida por lo tanto a Ser rojo, de Javier Argüello, al que oí en una entrevista por la radio y me despertó el interés de inmediato. Dicen que va por su 3ª edición, algo que para mí no significada nada si la información no se acompaña del número de ejemplares correspondiente a cada una. A fin de cuentas, si hablamos de números hablamos de matemáticas, y esta es una ciencia EXACTA. Avala a Argüello Enrique Vila-Matas, garantía de generosidad con las nuevas generaciones de escritores, como en su momento lo fue Fogwill [sin la losa, en ambos, de los clientelismos que caracterizan a otros escritores y críticos].
Y luego, los que me leen a menudo ya conocen mi interés por Italia, y el periodo posguerra-principios de los 80. Así que tenía que echarle el ojo a Ciudad sumergida, de Marta Barone [en traducción de Xavier González Rovira], que aborda, como están haciendo varios de sus contemporáneos, el peso de los años de plomo en el presente de los vástagos de los protagonistas y víctimas del periodo. Novelas de buscar al padre y/o al héroe… todo un género.

Ambas novelas aparecen en Penguin Random House. Oí, por cierto, que publicaban una nueva versión de Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, que incluía como prólogo la célebre carta del autor a su editor. Estaba, precisamente, leyéndola en mis «tanteos» de inglés en un viejísimo ejemplar de penguin y os adelanto que tal publicación es un acierto pues la carta es una obra maestra de la persuasión y se incluye en un género que en España se conoce y trata poco –básicamente porque muchos editores no saben escribir con un nivel de calidad y profundidad conforme a su función y/o responden al autor con un estruendoso silencio/desprecio–: la epístola al editor.
Y aquí seguimos… en la pelea
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